jueves, 18 de diciembre de 2014

Un concierto de Navidad

Estamos inmersos en las fechas navideñas y casi todos los padres estamos yendo a ver actuar a nuestros hijos en el festival que han preparado en el colegio: puede ser un poema, una canción, una representación teatral o, ya en función de si se trata de una materia u otra la que cursan en actividada extraescolar, un baile, un concierto o cualquier otra cosa que se le haya ocurrido al profesor para enternecer a los abnegados padres.

Como soy flojita de lagrima me paso casi toda la sesión llorando, sean o no mis hijos los que actúan, así que muchas veces ni me entero de lo que estoy viendo porque las lágrimas inundan el espectáculo de principio a fin y me da una congoja horrorosa porque intento evitar que los demás noten que estoy llorando como una Magdalena. Seguramente si mis padres hubieran venido a verme en su momento se hubieran dado un empacho de llorar similar al mío, pero no recuerdo funciones navideñas (aunque sí de festival de final de curso) hasta que llegué al instituto, y ya no tenía edad de que nadie viniera a verme.

Esta mañana me ha venido a la memoria la única representación navideña en que he participado en mi vida. Como ya he dicho, estaba en mi primer año de instituto, y tenía un "pavo" del tamaño de la sala de actos donde sucedió el evento. En noviembre, la profesora de música nos preguntó si sabíamos tocar algún instrumento. Por prudencia me callé y no dije nada, y estoy encantada que así fuera porque mi mejor amiga, Núria, enseguida confesó que tocaba la flauta y todavía lo recordamos cuando nos vemos. Las que no tocábamos nada nos quedamos de cantantes (cosa que nunca se me ha dado mal del todo) y ya solo faltaba elegir el villancido que cada grupo de primero iba a ejecutar. La pieza en cuestión resultó ser "Santa Nit" (la versión traducida al catalán de "Silent Night", la única canción lenta de todos los grupos. No es que no me guste, pero está claro que se iba a notar mucho más si lo hacíamos mal en una pieza lenta y seria que en otra más festiva y movida como "El 25 de desembre".



La cuestión es que empezamos a dedicar las sesiones de música a ensayar la canción de marras. Al principio la cosa no iba mal pero a medida que se acercaba la fecha cada vez tomábamos más consciencia de la magnitud de la tragedia: si aquello era una representación de los alumnos de primero, nos iba a ver todo el resto de estudiantes de instituto, y entre "el resto de estudiantes" había por lo menos una decena que eran los hombres de mi vida (aunque ellos no lo llegaran a saber nunca). Mi amiga empezó a barajar la posibilidad de inventarse unas anginas y yo no sabía cómo hacerlo para evitar salir al escenario a cantar frente a casi 250 personas. Como no se nos ocurrió nada, al final tuvimos que salir a cantar en tercer lugar, como corresponde al grupo C.

El auditorio estaba de bote en bote, todas las sillas ocupadas y gente de pie por los pasillos. Por suerte, los que sólo cantábamos estábamos detrás de todo (mi amiga Núria estaba en primera fila, sentada junto a la que tocaba los chinchines, que no sé si habrá superado la crisis desde entonces). Enseguida fui identificando entre los presentes tres o cuatro personas a los que hubiera deseado en las Bahamas y se me hizo un nudo en las cuerdas vocales que no conseguía desatar por mucho que lo intentaba. Cuando los asistentes callaron, la profesora de música dió la señal y el grupo empezó a interpretar la canción. No sonaba mal del todo, la verdad, hasta que a una de mis compañeras más gamberras, Geni, le dió por desafinar a posta mientras decía en voz baja "no ho feu això, home!" ("No hagáis esto, hombre") y volvía muy seria a desafinar mientras el resto del grupo la miraba medio divertido, medio asustado. Yo ya me había relajado y no podía parar de reír de escuhar aquellos gallos tan desagradables pero acabamos la canción con todo el decoro que la risa y los desafinados permitían.

He olvidado decir que aquello era un concurso, así que cuando acabó de cantar primero E nos mantuvimos a la espera de que el jurado emitiera su veredicto. Ante el asombro de todo el grupo se nos concedió el primer premio, y nos abrazábamos orgullosos como si no hubiéramos asistido a aquel pequeño desastre de la ejecución unos minutos antes. Mi amiga Nuria estuvo una hora dando explicaciones a todos los chicos que le gustaban de que la habían obligado a tocar la flauta para poder limpiar un poco su reputación de chica mala y durante todo el curso presumimos de nuestra victoria ante el resto de compañeros de promoción.

Hacía muchos, muchos años que no recordaba este momento, fue una de las situaciones más divertidas de mi paso por el instituto.Os dejo con mi villancico favorito. Felices fiestas



miércoles, 3 de diciembre de 2014

Adiós al Restaurante "La pérgola"

Ya os he contado que de pequeña era bastante fantasiosa y me gustaba imaginar historias, sobre todo de princesas. Y a medida que me fuí haciendo mayor, substituí las lánguidas princesas por lánguidas protagonistas. Yo, que puedo ser cualquier cosa menos lánguida, me quedaba embelesada leyendo a las mujeres que Mercè Rodoreda describía en sus libros, siempre entregadas a su destino como si fueran personajes de tragedias griegas, que se dejaban arroyar por las circunstancias, los hombres, las adversidades,... sin apenas plantar batalla.

Con doce años leí por primera vez "Aloma" y con ella fuí encadenando, una por una, todas sus novelas: "La plaça del Diamant", "Mirall trencat", "El Carrer de les Camèlies"... Aún no me había repuesto de la muerte de un hijo y ya estaba absorbida en una guerra, o en el abandono de un marido sin escrúpulos, o en la desesperación de un desamor. En uno de ellos, creo que en "Aloma", la protagonista sale una noche de San Juan a cenar a un restaurante en Montjuic con su cuñado, que además es su amante. No recuerdo si en la novela se cita explícitamente el nombre o yo quise imaginar que el mejor escenario para aquella historia de amor y dolor era el restaurante "La Pérgola".


Al pie de la montaña de Montjuic, en la esquina que enfila el Passeig Francesc Ferrer i Guàrdia con la Avenida María Cristina, se podía ver el interior del restaurante. A través de los grandes ventanales del piso superior se debía tener una visión preciosa de las luces de la exposición por la noche. Aloma recordaba esa noche como una de las noches más felices de su vida, y yo me imaginaba a mí misma enamorada hasta las entrañas del amor (¿no es así siempre cuando te enamoras por primera vez, cuando todavía no hay personaje protagonista en nuestras vidas?) bebiendo "champán" a la luz de las velas, ataviada con un vestido precioso con muchísimo vuelo, que hiciera "fru-fru" al moverme. Habría luz de velas, quizá un violín (en el colmo de la "ñoñería") y yo sería la mujer más feliz bajo la capa de la tierra. Incluso creo que me prometí a mí misma que cuando fuera mayor iría al restaurante con mi amante de verdad.

No debí hacerlo... No, porque no lo he cumplido. Y ya no podré cumplirlo nunca. Porque me acabo de enterar que el mítico restaurante ha desaparecido bajo los escombros después de muchos años de estar cerrado. En noviembre se ha procedido a su demolición y ya no queda nada de la magia de los primeros años ni del dulce deterioro de los años setenta y ochenta.



Cuando lo he sabido he notado una especie de remolino interior, como una pena que es un poco mía pero también es un poco de todos los barceloneses, incluida la protagonista de la novela de Mercè Rodoreda. Seguramente no hubiera ido nunca, ni aunque se hubiera mantenido en pie durante 100 años más, pero ha sido una sensación triste. Supongo que es ley de vida, que los escenarios de nuestra infancia vayan desapareciendo y den paso a nuevos espacios que ya no nos pertenecen...

Como siempre, me ha quedado un final con nostalgia, parece que solo me insipiro cuando me entra la pena. En fin..

Fuente de la imagen 1 y 2: http://barcelofilia.blogspot.com.es
Fuente de la imagen 3: http://premsa.bcn.cat

jueves, 4 de septiembre de 2014

LOS OLORES DE LA VUELTA AL COLE

Esto de que el sentido del olfato no pasa por nuestro cerebro más evolucionado es un verdadero gustazo. Como no se procesa de la misma manera que el resto de sentidos, llega directamente a nuestra parte del cerebro más antiguo, el más instintivo, el que no precisa elaboraciones conscientes y truculentas. Por eso nos emociona tanto el olor de la persona que amamos, por eso nos evoca directamente a una escena un determinado perfume o por eso odiamos tan profundamente un aroma sólo con que nos recuerde una situación desagradable.

Como llevo una temporada enfadada con esa parte de mí que no me deja disfrutar de mí misma y de las cosas que me gustan porque se empeña en amargarme la vida, esto de los olores me parece una delicia. Me paso el día oliendo personas, papeles, alimentos, escenas, porque me empapo hasta el alma con ello y no dejo que mi prefrontal me enmarañe con reproches y quejas. Y ahora que tengo en la mano los libros recién comprados de mi hijo menor me he visto de pronto transportada a mi infancia, a aquel pupitre de fórmica color gris y a las primeras horas en el colegio, el día 15 de septiembre de cualquier año, cuando al abrir el libro se abría con él todo un curso nuevo, sin usar, lleno de ilusión.

Los primeros días de colegio son un verdadero amasijo de olores nuevos ¿No recordáis el aroma de las ceras Manley, o de la plastilina Jovi o de la bata o uniforme nuevecitos? ¿O el olor de las mochilas cuando apenas le acababas de quitar la etiqueta? ¿y el de la colonia de botella familiar que llevábamos todos (quizá los primeros días las madres se sobrepasaban acicalándonos, o quizá después ya se nos acostumbraba la pituitaria) cuando entrábamos en clase a primera hora de la mañana?
 



Hay otros olores que también son de colegio pero no son tan agradables: cuando he vuelto a la guardería, esta vez como madre y no como usuaria, me he sorprendido al imaginar cómo pueden sobrevivir las profesoras en semejante ambiente enrarecido donde se mezcla el olor dulzón de la caca de bebé, el agrio de las vomitonas de Actimel, el de colonia Nenuco y el de las ceras de colores. Y si encima acaban de hacer la comida, todo este mejunje se puede mezclar con el aroma de las varitas de pescado o de la sopa de fideos. Un verdadero asco, francamente.

Pero no quiero quedarme con ese olor desagradable. De hecho, he guardado para el final del post el que más me gusta: el olor del estuche de dos pisos de lápices Alpino, que iba desprendiendo paulatinamente su aroma a lo largo del curso cada vez que nos aventurábamos, no sin pena, a hacerle punta a alguno de aquellos preciosos colores.


No pienso dejar nunca más que mi mente traidora me evite de disfrutar de los buenos placeres que tiene la vida, con lo bonito que es oler.

¡Feliz vuelta al cole (y a la normalidad)!

Fuente de la imagen 1: http://www.amazon.es/
Fuente de la imagen 2: http://yotambienfuipeque.blogspot.com.es
Fuente de la imagen 3: http://www.tecnimarcopiadoras.com

martes, 5 de agosto de 2014

ESCUELA DE CALOR

Debo decir que así como toda mi educación primaria fue impecable, cuando llegó el instituto la cosa cambió radicalmente: con la llegada de la adolescencia, mi interés por los libros cayó en picado, así que pasé muchas horas de estudio en verano, de recuperación y de malas caras en mi casa.

Así que creo que aquel día habían acabado las clases (debía ser principios de julio) y estábamos en los exámenes de recuperación. Aquel fue un verano especialmente caluroso, de un bochorno insufrible. Si hubiera seguido siendo la alumna modelo que era en mis primeros años, mi madre me hubiera enviado a casa de mi tía a veranear, hasta el momento en que se añadía el resto de la familia, ya en agosto. Pero como no era el caso me tocaba pasarlo, fastidiadísima, en mi ciudad.

Mi instituto estaba en la zona alta de Barcelona, aunque fuera un instituto público. El metro acercaba pero después debía subir una cuesta interminable, en invierno con el frío y la lluvia y en verano con el calor insoportable. El instituto quedaba justo al final de aquella interminable Avda González Tablas, justo al lado del parque Cervantes. Como aquella era una zona de gente pudiente y clases altas, allí vivían militares, monjas e hijos de papá, y los hijos de la clase trabajadora que cada día iba y venía por la zona seguramente no hacía otra cosa que molestarles.

¿Por qué escribo todo esto? Como siempre, porque la memoria es caprichosa y recuerdo pocas cosas de los dos años que pasé estudiando en aquel instituto, pero si algo me recuerda al verano es ese fragmento que mi cerebro se entesta en repetir incansable cada vez que escucho la canción de Radio Futura que da título a este post: bajábamos la calle bajo un sol de justicia; casi al final de la avenida, a mano derecha, escuchábamos el rumor de un aspersor que mitigaba la sequía pertinaz de julio en el césped de la zona ajardinada de los edificios. A lo lejos, un grupo de voces jóvenes (podían ser niños o adolescentes) gritaban alegremente coincidiendo con el chapoteo de sus cuerpos en la piscina privada. Mi amiga Núria y yo nos miramos con complicidad. Hubiéramos dado cualquier cosa por poder entrar en aquella finca infranqueable y zambullirnos en el agua. Pero aquel no era nuestro ambiente ni nuestro verano, nosotras éramos hijas de trabajadores que volvíamos a casa en un barrio de clase media de la ciudad y ni por asomo teníamos una piscina privada a nuestra disposición. Las chicas y chicos con que después nos mezclábamos en las zonas de moda de Barcelona lucían un bronceado envidiable desde principios de junio gracias a horas y horas en aquellas piscinas privadas que nos estaban vedadas.

No sé si la canción de "Escuela de calor" fue anterior o posterior a esta imagen. Tampoco tiene más importancia. Pero sí asocié instantáneamente y para siempre aquel recuerdo a la frase "en las piscinas privadas las chicas desnudan sus cuerpos al sol" y aún hoy la canturreo cuando evoco aquel momento o veo alguien cortando un seto, limpiando una piscina o luciendo un moreno envidiable fuera de temporada "obrera". Aquello era ser rico. Aquello era no tener preocupaciones económicas. Aquello era pertenecer a la clase alta. No sé si eran más o menos felices que yo, por supuesto, ni les he envidiado nunca nada más. Solo aquella piscina privada en verano, cuando Barcelona se funde como un chicle sobre el asfalto y cuesta sobrevivir al bochorno.

¡Feliz agosto!


Fuente de la imagen: http://www.casasypisosbarcelona.com/

lunes, 28 de julio de 2014

MI PARQUE DE ATRACCIONES FAVORITO: MONTJUIC

Cuando uno es pequeño hay tres días marcados en rojo en el calendario anual: el cumpleaños, el día de Reyes y el día que te llevan al parque de atracciones.

En mi ciudad, cuando yo era pequeña, había dos parques de atracciones: el del Tibidabo y el parque de atracciones de Montjuic. El del Tibidabo, todavía en activo y con muy buena salud, tenía el inconveniente de que había que hacer una verdadera excursión para llegar hasta allí, sobre todo viviendo en un barrio de la zona sur, como es mi caso. En cambio, el parque de atracciones de Montjuic era relativamente accesible para toda la familia con un buen servicio de autobuses que te dejaban en la puerta. Quizá por eso, porque era más familiar, menos elitista, tenía fama de que había peor ambiente, sobre todo en la zona de los autos de choque. Siempre me pregunto qué deben tener los autos de choque para provocar esa aglomeración de personajes de novela de Juan Marsé, porque esto acostumbra a pasar igual en los parques de atracciones que en las ferias itinerantes que van por los pueblos.

Detalles aparte, casi siempre a finales de las vacaciones de verano, cuando ya habíamos vuelto del veraneo, mi padre un día anunciaba que había ahorrado dinero durante todo el año para llevarnos a Montjuic a pasar la tarde. Las últimas veces que fui con mis padres, antes de empezar a tener edad para ir sola con amigos, el dinero que había acumulado durante el año provenía de lo que se ahorraba en tabaco, así que todavía tenía más valor: después de años y años de humear como una chimenea paquetes de "Rex", "Sombra" y "46" mi padre dejó de fumar y decidió guardar cada día el dinero que se ahorraba en una cajita de latón que tenía en la mesita de noche, junto a los compases, los pañuelos y un libro sobre "Conjuntos de Euler Venn, matemática moderna" que nunca entendí qué hacía alli.

Hoy tengo el día disperso, me voy por caminos laterales que me desvían del tema principal. Volvamos al
cauce. El día que mi padre anunciaba que aquel día si, que nos íbamos a Montjuic, un escalofrío de placer recorría mi espalda, me iba corriendo a buscar la ropa más cómoda (pero bonita) que tenía y unas sandalias que me permitieran ir fresquita sin perder pie. Lamento decir que recuerdo bien poca cosa de aquellas instalaciones: el barco del Misisippi, los autos de choque, la noria y el látigo. En cambio, recuerdo perfectamente el olor de frankfurt del bar de la ballena (que hacía de barra), o el ambiente que se respiraba alrededor del teatro cuando había actuación. Intentando refrescar la memoria, he visto las celebridades que aparecían en aquellas instalaciones y parecen todos salidos de un capítulo de "Verano Azul": Bigote Arrocet, Pepe Darrosa, Bordón 4...La "casposidad" hecha artistas, en una época en que las celebridades se generaban en "Un, dos, tres... responda otra vez" o en los programas de Jose Mª Iñigo y Carmen Maura. Como os digo, he hecho prospección entre las imágenes de internet y el teatro me parece lo más deprimente de todo: con aquel escenario de color amarillo y morado, aquellas gradas de plástico que se quemaban al sol....




Después, cuando lo cerraron, se hicieron cientos de fotos y reportajes sobre su abandono y demolición y es verdad que no hay nada más escalofriante que un parque de atracciones abandonado (¿Quizá un payaso muerto?) porque algunas fotografías hielan la sangre, son propias de un escenario de terror. Os dejo alguna de ellas por si queréis pasar mala noche.





Hoy día los terrenos del Parque de Atracciones están ocupadas por el Parque Joan Brossa. Ya no tienen aquel aire decadente de fiesta continua, pero todavía quedan vestigios de lo que fue. Entre las páginas que he visitado, he encontrado esto donde hay una información extensísima de lo que fue en su momento. En su página de Facebook cuelgan fotos de vestigios del antiguo parque que todavía hoy se pueden encontrar. Es una delicia ver la cantidad de información que se publica todavía sobre ello. Es el mejor indicio de que el Parque de atracciones de Montjuic seguirá vivo en el recuerdo de muchos nostálgicos como yo. Siento mucha melancolía de aquellos maravillosos días marcados en rojo en el calendario de mi niñez, cuando parecía que íbamos a ser felices para siempre.

Fuente de las imágenes:  http://www.achus.biz/montjuic/

miércoles, 23 de julio de 2014

ADÉU, MANEL!

Una vez oí en un entierro que una persona no muere del todo mientras haya gente que la recuerda. Es bonito, triste pero bonito. La muerte es siempre triste, pero también un poco poética ¿No os parece?

Me han llamado para decirme que ha muerto mi tío Manel, mi padrino, el más divertido, con diferencia, de todos los tíos que he tenido. Con un humor agrio e insolente, como era él, pero también muy sensible aunque no quisiera reconocerlo. No sé si fue una persona muy feliz, porque pertenece a esa rama de mi familia que no es demasiado dada a expresar sentimientos, ni a explicar emociones. A pesar de que vivimos durante muchísimos años a menos de cinco minutos unos de otros, nunca tuvimos una relación muy estrecha. Algunos días señalados, como Reyes, Navidad, el día de la Mona el lunes de Pascua (era mi padrino y me regaló la Mona hasta que hice la comunión) y unos días inolvidables en el cámping el año en que iba a nacer mi hermano. Sólo eso. Después, de mayores, cuando mis padres lo han necesitado siempre ha estado ahí, al pie del cañón, para lo que haga falta. Como los buenos, los de verdad, los que lo dan todo.

Estoy intentando hacer un pequeño "patchwork" mental con los retales de recuerdos que tengo de él: recuerdo, por ejemplo, cómo se aseaba por las mañanas en el lavadero, y se dejaba el pelo completamente peinado hacia atrás, lo que le daba un aspecto parecido al de Clark Gable, con aquel olor a colonia fresca que todos usaban en aquella casa de mis abuelos; recuerdo cómo le costaba hablar castellano, haciendo que las "c" sonaran como "s" en un intento desesperado por pronunciar correctamente; recuerdo cómo se reía de su mujer, mi tía María, con aquel aire socarrón, mientras ella nos miraba desmintiendo con la cabeza cualquiera de las anécdotas imposibles que contaba; recuerdo que el día que se casó mi prima Mariana tuvo que salir fuera de la iglesia con mi padre porque a los dos les dió un ataque de risa metiéndose con el cura, y les llamaron la atención; recuerdo cómo contaba que había robado una caña de pescar un día en Andorra, solo para ganar una apuesta con un compañero que le retó diciendo que no era capaz de hacerlo; recuerdo la broma que siempre me hacía cuando era muy pequeña, haciéndome creer que se había cortado el dedo pulgar de la mano; recuerdo mi viaje en coche, sola con él, de vuelta a casa después de las vacaciones en el camping; recuerdo cómo le gustaba hacer puzzles y a mí me sorprendía tanto que una tarea que requiere tanta paciencia fuera del gusto de un hombre que no era capaz de leer un libro.

De todos modos, lo que nunca olvidaré de mi tío es una escena que no viví junto a él: como hacía tiempo que mi tía María está con Alzheimer la habían ingresado en una residencia, pero ante la muerte inminente de mi tío, mi prima Nuri la llevó para que se vieran. Por lo que me contó, mi tío la cogió de la mano y le dijo "María, sé fuerte y no temas a la muerte". Mi tía siempre había tenido mucho miedo a la muerte, al sufrimiento, hasta el punto que no quería hablar del tema. Y él, en una de las demostraciones de amor más bonitas que he escuchado nunca, intentó contagiar de valentía a la persona con la que había compartido su vida desde los 18 años, y se despidió de ella para siempre porque sabía que era lo que más le asustaba. Hace más de quince días que me lo contaron y cada vez que lo recuerdo me emociono.




En fin, si este es un espacio para los recuerdos de mi infancia, hoy tenía que dedicar esta entrada a mi padrino Manel, el que tanto me hizo reir. T'estimo, tiet!

Fuente imagen 1: http://www.estuimagen.com
Fuente de la imagen 2:  http://www.taringa.net

lunes, 14 de julio de 2014

ESTE AÑO BELCOR BAÑO



Aprovechando las rebajas de verano, el fin de semana fui en busca de un bikini. Y como siempre, mientras buscaba entre los diferentes modelos, me topé con una etiqueta que me hizo venir a la cabeza la sintonía de uno de los anuncios que más recuerdo del final de mi infancia: en 1982, Belcor lanzó una campaña publicitaria refrescante y juvenil, con las imágenes de unas chicas adolescentes con las que me sentí completamente identificada (aunque yo todavía no lo era) y una música pegadiza que es la que todavía tarareo de vez en cuando.

Su estética es "ochentera" hasta aburrir: los peinados de las chicas con un lazo de color (a juego con la ropa o el bañador), los labios de colores anaranjados, las sombras de ojos en tonos lima, y unos bañadores y bikinis tan propios de la época que sólo les faltaba que hubieran acolchado el tirante a modo de hombrera. Las tres chicas quieren ser muy modernas, independientes, atrevidas.... Están las tres solas pasando el verano en una "roulotte" y llevan ropa sugerente, sin el puritanismo de otras épocas. Cualquiera podría pensar que estamos ante la liberación femenina ¿verdad?. Pero ¡no!. Igual que pasa ahora con la publicidad, las chicas del anuncio necesitan la figura masculina para sentirse completas, para ser felices: aparecen las tres vigilando al chico de sus sueños, un salvavidas de la playa, y llaman su atención para que se fije en ellas. Mientras esperan, se ponen sus mejores bañadores recién estrenados. Pero él no aparece. Tristes y fastidiadas, cada una de ellas fantasea imaginando que la elige a ella para casarse. El spot termina cuando el salvavidas cruza la puerta con cada una de ellas en brazos y vestida de novia en la "roulotte", alcanzando entonces la felicidad absoluta.



Si no fuera porque todavía hoy en día se mantiene este esquema machista y dependiente de las chicas en los anuncios me daría la risa; porque además intentaban (e intentan) aparentar una modernidad y una amplitud de miras que no es cierta: las chicas son, en la publicidad, modelo de independencia, de personas con iniciativa... pero en realidad necesitan que los hombres den su aprobacion a su cuerpo, a su conducta, a su actitud, para ser felices. Son (y eran) floreros que no aportan ni conocimiento ni aptitudes de ningún tipo, solo belleza y sensualidad. El hombre solo tiene que llegar, elegir la que más le gusta (por su aspecto físico, evidentemente, como los tratantes de ganado) y demostrarle quien manda y quien decide.

Hay miles de anuncios que serían tan representativos de este esquema como este pero como la música era tan pegadiza y yo tengo tendencia a recordar la letra con insistencia (es una especie de resorte, no sé qué diría mi psicóloga si se lo contara) he tenido posibilidad de analizar el mensaje a conciencia. Transcribo la letra porque no tiene desperdicio:

"Quisiera ser tan bonita
que él se fijara en mí
Quisiera estar tan radiante
que él se chiflara por mí
Este año, Belcor baño, 
este año, Belcor baño"

Lo dicho: mujeres que quieren ser bonitas solo para gustarle a hombres que vuelvan locos por sus atributos, como si de brujas encantadoras se trataran.

No quisiera que las mujeres de las siguientes generaciones siguieran repitiendo este esquema dependiente y mezquino, basado en principios de desigualdad entre hombres y mujeres como si tuviéramos intereses diferentes, como si el sexo femenino solo fuera un complemento necesario del sexo masculino. Es tan sibilino en mensaje que hoy día nos creemos que por aparecer como sexualmente activas en la publicidad tuviéramos ya ganada la igualdad, pero nada más lejos de la realidad; todavía hoy hay chicas y chicos que repiten esquemas patológicos en sus relaciones, y la prueba son las numerosas muertes por violencia de género que se producen.

¿O encontráis alguna diferencia entre lo que sugiere la campaña de este mismo año de Calcedonia? Por desgracia, yo no.


lunes, 19 de mayo de 2014

CUARENTA AÑOS DEL CUBO DE RUBIK

No sé cuántos años debía tener, pero creo que ocho o nueve. Igual que pasaba con todos los juegos que se ponían de moda (y todos caíamos como si no hubiera mañana), el cubo Rubik irrumpió en nuestras vidas con una fuerza atronadora. Todos los niños y niñas iban de pronto por la calle moviendo con más o menos destreza el dichoso artefacto de colores intentando solucionar el problema matemático más famoso que conozco.

Igual que con los yo-yo, las peonzas, los aros hula-hoop y demás cachivaches, el cubo Rubik tenía una versión "casposa", la no oficial, en la que costaba muchísimo mover las piezas. En cambio la original, la que me trajeron los reyes aquel año, venía en una caja de plástico transparente, con todas las etiquetas que garantizaban su autenticidad, y sus piezas se deslizaban como en un engranaje perfecto, con un sonido que todavía hoy, si me concentro un poco, puedo volver a sentir entre mis manos.

Al minuto de tenerlo conmigo ya estaban las caras desmontadas, y pasó por toda la familia en un vano intento de solucionarlo: tanto mi padre como mis tíos y abuelos, mis primos me arrebataban el cubo de las manos con un "quita, quita, que tú no sabes" y me lo iban devolviendo uno por uno con el mismo resultado que yo había obtenido. El más espabilado -mi padre- consiguió hacer una cara y algo más de otra pero no se acercó ni por asomo a la solución final.

Por la tarde del día de Reyes fuimos a pasear un poco. Como era natural, yo me llevé el cubo conmigo mientras intentaba con poca destreza combinar los cuadrados correctamente. En un momento del paseo nos cruzamos con un chico que debía de tener mi edad y que me pregunto si quería que me lo resolviera. Le alargué el cubo y ante nuestro asombro no tardó ni dos minutos en devolvérmelo con todas las caras perfectamente alineadas. Le miré con admiración y le di las gracias casi sin voz, mientras mi padre se tragaba la humillación de verse superado por un mocoso de pocos años.

Al dia siguiente vino a casa con el librillo de soluciones. Mi padre nunca ha sido de hacer trampas - de hecho siempre que he sido yo la tramposa hemos acabado con una pelea monumental- así que no entendía demasiado bien como alguien a quien yo tenía por la persona más íntegra del planeta se podía haber comprado el libro para solucionar el problema matemático del momento. En seguida que tuve el cuadernillo en mis manos lo comprendí: era la solución, es cierto, pero no era ni mucho menos sencilla. Daba las pautas básicas para resolver aquel endiablado acertijo pero todavía tardamos un par de semanas en completar las seis caras del dado. Al cabo de un tiempo, como todo, acabó en un cajón olvidado.

Añós después, cuando mi hermano debía tener cinco o seis años, reapareció de entre los juguetes olvidados; lo traía entre las manos con una cara completada, y cuando me lo alargó para que viera cómo había conseguido montar un recuadro entero mi padre y yo no dábamos crédito a tremenda hazaña. Con lo que nos había costado a nosotros, y ahora un renacuajo tan pequeño estaba consiguiendo, sin ninguna ayuda exterior, encontrar la solución a un problema tan complejo. Cuando volvió con la segunda cara completada al cabo de un rato empecé a sospechar. Le felicitamos pero le seguí a escondidas hasta la habitación. Y allí estaba el "genio" de la familia, despegando las etiquetas de colores de cada recuadro para solucionar por la vía rápida lo que no habíamos conseguido solucionar el resto de la familia con honestidad. Tengo que decir que mi hermano siempre ha sido un "crack". Cuando tenía cuatro años mi madre encontró un burruñito en unos tejanos: era un comodín que se había "afanado" durante una partida de cartas y después dejó olvidados en el pantalón, ella no revisó los bolsillos y lo metió todo en la lavadora. Lo que digo, un "crack".

Hoy el cubo Rubik cumple 40 años. Ha sido maravilloso recordar el "crec-crec" de las piezas y todos los buenos ratos que pasamos con él entre las manos. Felicidades a Rubik porque consiguió que millones de niños y niñas pasáramos momentos divertidos con las matemáticas. Y no todo el mundo puede decirlo.

Fuente de la imagen: http://www.taringa.net

jueves, 8 de mayo de 2014

EL PROFESOR JAUME

A veces uno se pregunta por qué es como es, piensa lo que piensa y siente lo que siente. Es complicado saber a ciencia cierta qué nos ha influido en la vida para que hoy seamos los adultos que somos: el tipo de educación recibida por los padres, el puesto que ocupas entre los hermanos, la ciudad, el barrio, el país, la época que te toca vivir... todo son condicionantes que nos van moldeando en mayor o menor manera para convertirnos en personas.

Hoy he visto de lejos a mi profesor Jaume. Él no me ha reconocido -seguro que ha tenido miles de alumnos antes y después de que yo pasara por su aula-  pero él para mí si fue importante. Muy importante. Decisivo, diría yo. Soy de la opinión que algunos niños tenemos la suerte de toparnos con personajes que un día deciden dedicarse a la docencia y con ello marcan la vida de todos los que se cruzan en su camino. Hay profesores malos, profesores mediocres, buenos profesores y estos profesores, los que se escriben con mayúsculas. Enseñar es relativamente fácil (lo digo con todo el respeto hacia la profesión de docente) pero despertar el gusanillo de la curiosidad, cultivar la duda y el razonamiento y ofrecer elementos para tener criterio propio son palabras mayores.

El profesor Jaume daba clase de historia en una escuela concertada y mediocre de mi barrio. Siempre acompañado de sus dos cajetillas de cigarrillos (una de tabaco rubio y otra de tabaco negro) y su cenicero dorado, aparecía en clase como si llevara prisa, nunca se quedaba quieto. La mayoría de los días su primera consigna era "No quiero ver ni un solo papel sobre las mesas, ni un solo bolígrafo en las manos" y se dedicaba a pasear por entre las dos filas de pupitres con tanta insistencia que a veces temía que fuera a hacer un surco en el suelo con sus pasos.

Hablaba sobre literatura, sobre historia del arte, sobre la revolución francesa, sobre el comunismo y el nacismo, sobre versos de Machado, sobre lucha de clases o sobre romanos y griegos, pero siempre nos dejaba con aquella sensación de que queríamos saber más. Cuando además de darnos clase de historia empezó a darnos clase de lengua y literatura y de dibujo aprendimos más de estas tres asignaturas que en toda nuestra vida. Nunca los conceptos estuvieron tan bien conectados entre sí; nunca habíamos entendido tan claramente las relaciones entre los aspectos sociales, geográficos, las manifestaciones artísticas, la religión y la política.

En clase de lengua, nos hacía salir al menos una vez al mes ante toda la clase para que habláramos durante un minuto entero sobre un tema determinado. No importaba qué decíamos, lo importante era que habláramos del tema y no nos quedáramos callados; yo le admiraba tanto que me pasaba el mes esperando a que me tocara el turno y el día que me hacía salir estaba tan nerviosa que no decía ni tres frases seguidas. También recuerdo que analizábamos el significado de algunos poemas y nos hacía reinterpretarlos con nuestro propio vocabulario. Nos recomendaba películas, exposiciones, obras de teatro, libros, y nos premiaba poniéndonos un positivo cada vez que realizábamos alguna de las actividades propuestas.

De mayor he comprendido que mi bagaje cultural está directamente relacionado con todas esas recomendaciones, con la manera de aprender entre nosotros con algo más que los libros de texto. Estaba creando futuros ciudadanos responsables, que no se dejaran influenciar fácilmente por la primera letra impresa que vieran, ni por la primera opinión que escucharan a un ilustrado en una conferencia. Eso es docencia, eso es aprendizaje, eso es educación.

Hoy lo he visto mayor. Hace tiempo que sé que dejó la escuela mediocre para empezar a dar clase de historia en un instituto de secundaria. No tengo ni idea de si es feliz, ni si sus alumnos han aprendido a valorarlo como yo lo hice. Lo que sí tengo claro es que cada vez que demuestro mis conocimientos, sea de la manera que sea, estoy rindiendo homenaje a él en particular y a este tipo de profesores en general. La lástima es que no es fácil cruzarse en el camino de estos personajes y no todo el mundo tiene la suerte de erizarse el vello cada vez que contempla una obra de arte mientras recuerda aquellas clases de EGB que todavía olían a tabaco.

Fuente de la imagen 1: http://www.diariodemallorca.es
Fuente de la imagen 2: http://eramquodeserisquodsum.blogspot.com.es/

jueves, 1 de mayo de 2014

PATINANDO SOBRE HIELO

Hoy he vuelto a llevar a mis hijos a patinar sobre hielo. Bueno, si soy honesta debería decir que he ido a patinar sobre hielo y mis hijos han venido conmigo, un poco por diversión, un poco por obligación. Siempre me ha encantado la sensación de libertad que produce dejar que los pies se deslicen suavemente sobre la superficie helada, es algo parecido a volar sin perder el contacto con el suelo.

Hacía muchos años que no patinaba sobre hielo hasta que hace cosa de un mes volví a la pista del FC Barcelona con la intención de pasar un rato haciendo deporte en familia pero también para desenterrar viejos recuerdos. En mi primera adolescencia era muy habitual pasar las tardes de los fines de semana patinando sobre hielo (no todos los fines de semana porque no es una actividad precisamente barata, pero sí cuando había posibilidad económica de hacerlo). Antes de empezar con las discotecas las pandillas nos divertíamos intentando mantener el equilibrio de manera lo más digna posible sobre unas cuchillas afiladas que nos ayudaban a deslizarnos sobre aquella preciosa superficie.



Era una afición que estaba muy bien vista por los padres (que accedían  a soltarnos el dinero sin rechistar, al contrario que pasaría un poco después, cuando la actividad pasaba a ser más "bailonga" y menos deportista) y además permitía tener los primeros escarceos con la persona que nos gustaba cuando, con el corazón acelerado, el chico que te gustaba de la pandilla te ofrecía la mano para patinar junto a él. No era necesariamente una declaración de amor en toda regla, pero ya significaba que sentía algo especial por ti.

Yo, que siempre he sido un poco neurótica, no sabía si apretar la mano (por si parecía que demostraba demasiado interés) o dejarla un poco más suelta, como despreocupada, de chica liberal que no necesita a nadie. Lo que sí recuerdo es que la mano me empezaba a sudar de los nervios y agradecía tremendamente que fuera obligatorio el uso de guantes. Después de unas cuantas vueltas, si todo había ido bien, el chico te decía si querías descansar, y ese era el momento propicio para el acercamiento: algún tímido beso, una media sonrisa, o una declaración de intenciones que dejaba claro que ahí había algo más que un par de vueltas sobre el hielo. Aquel momento en las gradas, con las cuchillas apoyadas en la goma de las escaleras y tu chico preferido rozando tu mano era casi celestial. Recuerdo el olor del hielo y esa temperatura necesaria para que que no se convirtiera en agua que, con un poco de velocidad por el patinaje, otro poco por el calor de esfuerzo y un mucho por la emoción del momento, hacía que salieras de la pista de hielo con las mejillas como rosetas.

Hoy ha sido todo diferente, claro está, pero he podido comprobar que la pista de hielo todavía huele así, a primer beso, a ese momento en que te sientes especial por primera vez mientras por los altavoces suena Cyndi Lauper.



Fuente de la imagen 1: http://compartimosunbrunch.com/
Fuente de la imagen 2: http://www.fcbarcelona.es/

domingo, 13 de abril de 2014

LAS PELÍCULAS DE ROMANOS EN SEMANA SANTA

Casi siempre de madrugada, la noche del miércoles al jueves Santo, mi tía Isabel aparecía con toda la familia de improviso, para darnos una sorpresa y compartir con nosotros las fiestas de Semana Santa. Desembarcaban en Barcelona con mucho sueño, demasiada ropa y poco tiempo para compartir.

En cuanto mi abuela se enteraba de que habían llegado empezaba a preparar platos típicos (arroz con leche, bacalao en chanfaina, garbanzos con espinacas, potaje de acelgas...) y todo el engranaje se ponía en marcha para organizar camas, desayunos intempestivos, turnos para duchas y demás situaciones comprometidas para una casa habitada temporalmente por nueve personas y un solo baño.


Como casi nunca llegaban para pasar con nosotros el Domingo de Ramos, el día más emocionante era la noche del jueves al viernes, cuando daban la película más legendaria de la Semana Santa, muchas veces repartida en dos días (jueves y viernes) y que nosotros disfrutábamos encantados mientras mascujábamos bolsas de pipas. Ya he dicho en otras ocasiones que mi preferida (todavía hoy) es Ben-Hur, pero también me encantaba "La historia más larga jamás contada" o"Rey de Reyes", "La túnica sagrada" o "Quo Vadis". Mi padre siempre decía que no comprendía cómo nos podía gustar una película que ya sabíamos cómo acababa pero no nos cansábamos de ver aquellas pequeñas obras de arte en la pequeña pantalla, todos en familia, disfrutando de unos días de vacaciones (aunque en aquellos años todo en Semana Santa era mucho más tenebroso) siguiendo tradiciones que no nos cuestionábamos.


Hoy en día mucha gente ha olvidado por qué se celebran la mayoría de las fiestas (preguntad por qué se come carne el "jueves lardero", os vais a sorprender, o por qué se llama Carnaval a la fiesta previa a la cuaresma) y en parte me alegro de que se hayan perdido los miedos y los prejuicios que les acompañaban. Pero como digo siempre, echo de menos el tiempo, no lo que significaba, cuando mi tía Isabel aparecía por la puerta con aquel olor suyo tan característico y yo sabía que de pronto entraban las vacaciones de Semana Santa por la puerta.

Fuente de la imagen 1: http://nicholas-whatthe.blogspot.com.es/
Fuente de la imagen 2: http://adivinaquiencocinaestanoche.blogspot.com.es/

martes, 18 de marzo de 2014

PEDACITOS DE INFANCIA

  • El trocito de cielo que se veía desde la galería interior de mi casa todas las tardes de primavera.
  • El olor de tierra mojada y de eucalipto del parque donde mi abuela me ayudaba a hacer castillos de arena mientras el sol se colaba tímidamente entre las ramas de los árboles.
  • El tintineo de una cucharilla repicando contra el cristal de un bote donde realicé mi primer "experimento" con jabón, ramitas de árbol, colonia y muchas otras porquerías.
  • El chupete de plástico flotando dentro de una botella de jabón.
  • El reflejo del agua en la pared una mañana de verano, chapoteando en la terraza mientras sonaba "La mujer que yo quiero".
  • El sol entrando a raudales hasta el recibidor, mucho antes de que el alcalde decidiera autorizar la construcción de las manzanas interiores de los edificios.
  • El color azul de la pared desconchada de la habitación desde donde mi abuelo me miraba y sonreía.
  • El vestido rojo con franjas negras y botones dorados que tanto me gustaba, con el que jugaba a ser algo parecido a una princesa.
  • Las ruedas de mis patines extensibles, tan viejas y roídas que casi no se recordaba que habían sido blancas.
  • El olor inconfundible de la mochila de los cuentos.
  • El ruido de la pulsera de mi madre cuando me tomaba de la mano y yo escuchaba muy de cerca como las monedas entrechocaban justo al lado de mis oidos.
  • El primer día de manga corta, después de meses y meses de esconder los brazos bajo capas de ropa.
  • Las gotas de lluvia de aquella tarde de tormenta en la playa.
  • Los rayos de sol que caían con la tarde en la escalera que daba a la azotea en casa de mi abuela.
  • El neceser color naranja donde mi madre guardaba la crema para el sol los días de playa.
  • El ruido de la sierra del carpintero en la planta baja del colegio, que nos obligaba a pasar todo el año con las ventanas cerradas.
  • El frescor de la pieza de chocolate escondida dentro del hueco de la miga de pan.
  • Felicitación, felicitación, felicitaciones...
  • La flauta del afilador.
  • El yogur de pera de mi tía Teresina
  • Los tebeos de "Mortadelo y Filemón" leídos junto a mi primo las tardes de verano.
  • La habitación de mi prima Dori, donde siempre había sol, y todo estaba perfectamente recogido.
  • Las cajas de rotuladores Carioca, las de ceras Manley y de lápices Alpino.
  • Las horas y horas sentados en una hamaca en la terraza, mi padre y yo, jugando a las capitales del mundo.
Fuente de imagen 1: http://servando-mibarricada.blogspot.com.es
Fuente de imagen 2: http://www.yofuiaegb.com/

miércoles, 12 de marzo de 2014

LECTURAS ADOLESCENTES

Empezaba a tener esa edad que te deja con un pie en la infancia y el otro en la adolescencia, con el peligro de hacer un "spagat" en uno de esos movimientos convulsos que te da la vida a veces. Me seguían gustando los libros de aventuras de "Los Cinco", de "Puck" y de "Torres de Malory" pero necesitaba algo más.

Mi madre, que siempre había leido casi tan compulsivamente como yo me puso un día un libro en las manos. De color marron, en edición de bolsillo, olía como huelen los libros viejos que hace tiempo que no se abren. Es un aroma inconfundible, un poco rancio, sí, pero con una personalidad indiscutible que evoca otros ojos en las mismas líneas. En la portada, tres personajes con rasgos orientales, dos de ellos con vestimenta tradicional china y un tercero, en segundo plano, que con ropaje occidental observa con gravedad a los otros dos. Era "Viento del este, viento del oeste" de Pearl S. Buck.

La historia de la pobre Kwei-Lan, criada en el más estricto tradicionalismo de su país, que se casa con un chino occidentalizado que desprecia las antiguas creencias y todo lo que ella representan para su esposa fue para mí como una revelación: escrito  en primera persona,f acilitaba mucho compartir su punto de vista aunque no tenía nada que ver con nuestros valores europeos, y lo que para la protagonista era lo más normal del mundo, para mí era indiscutiblemente una aberración. Recuerdo, claro está, el impacto que me causó descubrir el suplicio que vivían las mujeres chinas para aprisionar sus pies, intentando que dejaran de crecer desafiando las leyes de la naturaleza. Pero había muchas otras reflexiones de Kwei-Lan que me llamaban la atención sobre las costumbres, creencias y gustos de la cultura china. El uso de los colores en la ropa, el respeto por los ancianos, la sumisión de la mujer frente al hombre. El punto discordante es una amiga del marido, no recuerdo si china o norteamericana, pero que representa el prototipo de mujer liberada y absolutamente contraria a lo que Kwei- Lan considera femenino.

Creo que fue una lectura iluminadora: me ayudó a tomar otra perspectiva sobre la cultura, la mía y la de otros países, y como la mayoría de las situaciones cotidianas están completamente teñidas de tradiciones que consideramos inamovibles hasta que alguien nos hace cuestionarlas. Pero además de eso, creo que fue la lectura que me convirtió en adulta, la que me hizo dejar los libros de preadolescente para comenzar a descubrir la biblioteca de mis padres, suficientemente abastecida por el señor de "El círculo de Lectores" que, como en tantos y tantos hogares, aparecía puntualmente una vez al mes para ofrecer las novedades editoriales. Algunos de estos libros decoran todavía las estanterías de muchas casas y sirven un poco de nexo común entre una clase media de mediados de los 70 que ya sabía leer y disfrutaba haciéndolo.

Para acabar de aderezarlo todo, un día mi profesor favorito de aquella época (y de casi todas) nos preguntó a todos qué libro estábamos leyendo: yo respondí algo azorada que "Viento del Este, viento del Oeste" y la cara del profesor Jaume se iluminó con una sonrisa. Me preguntó quién me lo había recomendado, le dije que mi madre, y , sin dejar de sonreir, me dijo que siguiera sus recomendaciones literarias. Volví a mi casa emocionadísima y cuando lo conté a la hora de la cena mi madre se sonrojó del orgullo que le provocaron mis palabras.

Ahora es ella la que a veces me consulta sobre qué leer, pero sigo confiando en su criterio porque aunque ella nunca me recomendara a Gabriel García Márzquez, la edición de "Cien años de soledad" que me permitió descubrirlo era suya, aunque no lo hubiera leído. ;)

Fuente de la imagen: http://www.pinterest.com

domingo, 23 de febrero de 2014

MI TEBEO DE "EL PÁJARO LOCO"

A pesar de que era habitual en la programación de TVE, el Pájaro Loco nunca fue uno de mis preferidos, así que no sé ni cómo ni por qué, un día apareció un tebeo con sus historietas en mi casa. Como él no me acababa de convencer pero los tebeos, cómics y cualquier tipo de lectura sí me entusiasmaba, me encantó aquel número que contenía una historia del personaje de Walter Lanz en la nieve. En poco tiempo las hojas del pobre ejemplar se quedaron algo maltrechas de tanto leerlas y releerlas, manosearlas y darles vueltas y más vueltas en busca de algún detalle que se me hubiera podido escapar.



Recuerdo además este tebeo porque fue protagonista de una tarde muy especial: era un día plomizo, cargado de lluvia que no se atrevía a caer, muy triste de aspecto. Yo había acabado de comer en mi casa y estaba esperando a que mi abuela me llevara de vuelta al colegio para asistir a las clases de la tarde. No sé qué pasó pero nuestro reloj habitual, el telediario de la primera cadena, empezó más tarde. Mi abuela, que se guiaba siempre por la programación televisiva, no se dio cuenta de que eran más de las tres cuando sonó la inconfundible sintonía del "parte". De pronto, me hizo levantar echando chispas, azuzándome para que no se nos hiciera más tarde todavía, y ver si estábamos a tiempo de llegar a la escuela.

Salimos a la calle bajo aquel cielo gris, encapotado como pocas veces recuerdo, y llegamos en un tiempo récord a la puerta del colegio que, evidentemente, nos encontramos cerrada. A mí me encantaba ir a clase pero aquel día no me importó tener que volver a casa con mi abuela, que estaba la pobre casi tan contrariada como el cielo, porque además era una tarde en casa de sofá, de tebeo del Párajo Loco, de vaso de Cola Cao y pan con chocolate, y todo eso sin estar enferma, sin ninguna molestia como la fiebre, los granitos de la varicela, o el dolor de garganta. Era una tarde de tranquilidad haciendo algo que me encantaba en una situación que no era nada habitual.

Cuando llegó mi madre del taller, mi abuela le contó azoradísima que se le había pasado la hora de llevarme al colegio por culpa de la programación televisiva; sin habernos dicho nada, ambas temíamos en secreto que a mi madre se le ocurriera alguna alternativa para devolverme al colegio, así que respiramos con alivio cuando, contra todo pronóstico, nos miró medio divertida y dijo que no pasaba nada, que un día era un día y que seguro que no era la única que aquel día se había despistado.

Me subí en el sofá, cogí entre mis manos mi tesoro del Pájaro Loco y esperé con paciencia a que se hiciera la hora de la programación infantil, con mi querido "Un globo, dos globos, tres globos". Fue una de las tardes más deliciosas de mi infancia.

Fuente de la foto: http://www.todocoleccion.net/