Ya os he contado que de pequeña era bastante fantasiosa y me gustaba imaginar historias, sobre todo de princesas. Y a medida que me fuí haciendo mayor, substituí las lánguidas princesas por lánguidas protagonistas. Yo, que puedo ser cualquier cosa menos lánguida, me quedaba embelesada leyendo a las mujeres que Mercè Rodoreda describía en sus libros, siempre entregadas a su destino como si fueran personajes de tragedias griegas, que se dejaban arroyar por las circunstancias, los hombres, las adversidades,... sin apenas plantar batalla.
Con doce años leí por primera vez "Aloma" y con ella fuí encadenando, una por una, todas sus novelas: "La plaça del Diamant", "Mirall trencat", "El Carrer de les Camèlies"... Aún no me había repuesto de la muerte de un hijo y ya estaba absorbida en una guerra, o en el abandono de un marido sin escrúpulos, o en la desesperación de un desamor. En uno de ellos, creo que en "Aloma", la protagonista sale una noche de San Juan a cenar a un restaurante en Montjuic con su cuñado, que además es su amante. No recuerdo si en la novela se cita explícitamente el nombre o yo quise imaginar que el mejor escenario para aquella historia de amor y dolor era el restaurante "La Pérgola".
Al pie de la montaña de Montjuic, en la esquina que enfila el Passeig Francesc Ferrer i Guàrdia con la Avenida María Cristina, se podía ver el interior del restaurante. A través de los grandes ventanales del piso superior se debía tener una visión preciosa de las luces de la exposición por la noche. Aloma recordaba esa noche como una de las noches más felices de su vida, y yo me imaginaba a mí misma enamorada hasta las entrañas del amor (¿no es así siempre cuando te enamoras por primera vez, cuando todavía no hay personaje protagonista en nuestras vidas?) bebiendo "champán" a la luz de las velas, ataviada con un vestido precioso con muchísimo vuelo, que hiciera "fru-fru" al moverme. Habría luz de velas, quizá un violín (en el colmo de la "ñoñería") y yo sería la mujer más feliz bajo la capa de la tierra. Incluso creo que me prometí a mí misma que cuando fuera mayor iría al restaurante con mi amante de verdad.
No debí hacerlo... No, porque no lo he cumplido. Y ya no podré cumplirlo nunca. Porque me acabo de enterar que el mítico restaurante ha desaparecido bajo los escombros después de muchos años de estar cerrado. En noviembre se ha procedido a su demolición y ya no queda nada de la magia de los primeros años ni del dulce deterioro de los años setenta y ochenta.
Cuando lo he sabido he notado una especie de remolino interior, como una pena que es un poco mía pero también es un poco de todos los barceloneses, incluida la protagonista de la novela de Mercè Rodoreda. Seguramente no hubiera ido nunca, ni aunque se hubiera mantenido en pie durante 100 años más, pero ha sido una sensación triste. Supongo que es ley de vida, que los escenarios de nuestra infancia vayan desapareciendo y den paso a nuevos espacios que ya no nos pertenecen...
Como siempre, me ha quedado un final con nostalgia, parece que solo me insipiro cuando me entra la pena. En fin..
Fuente de la imagen 1 y 2: http://barcelofilia.blogspot.com.es
Fuente de la imagen 3: http://premsa.bcn.cat
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