Empezaba a tener esa edad que te deja con un pie en la infancia y el otro en la adolescencia, con el peligro de hacer un "spagat" en uno de esos movimientos convulsos que te da la vida a veces. Me seguían gustando los libros de aventuras de "Los Cinco", de "Puck" y de "Torres de Malory" pero necesitaba algo más.
Mi madre, que siempre había leido casi tan compulsivamente como yo me puso un día un libro en las manos. De color marron, en edición de bolsillo, olía como huelen los libros viejos que hace tiempo que no se abren. Es un aroma inconfundible, un poco rancio, sí, pero con una personalidad indiscutible que evoca otros ojos en las mismas líneas. En la portada, tres personajes con rasgos orientales, dos de ellos con vestimenta tradicional china y un tercero, en segundo plano, que con ropaje occidental observa con gravedad a los otros dos. Era "Viento del este, viento del oeste" de Pearl S. Buck.
La historia de la pobre Kwei-Lan, criada en el más estricto tradicionalismo de su país, que se casa con un chino occidentalizado que desprecia las antiguas creencias y todo lo que ella representan para su esposa fue para mí como una revelación: escrito en primera persona,f acilitaba mucho compartir su punto de vista aunque no tenía nada que ver con nuestros valores europeos, y lo que para la protagonista era lo más normal del mundo, para mí era indiscutiblemente una aberración. Recuerdo, claro está, el impacto que me causó descubrir el suplicio que vivían las mujeres chinas para aprisionar sus pies, intentando que dejaran de crecer desafiando las leyes de la naturaleza. Pero había muchas otras reflexiones de Kwei-Lan que me llamaban la atención sobre las costumbres, creencias y gustos de la cultura china. El uso de los colores en la ropa, el respeto por los ancianos, la sumisión de la mujer frente al hombre. El punto discordante es una amiga del marido, no recuerdo si china o norteamericana, pero que representa el prototipo de mujer liberada y absolutamente contraria a lo que Kwei- Lan considera femenino.
Creo que fue una lectura iluminadora: me ayudó a tomar otra perspectiva sobre la cultura, la mía y la de otros países, y como la mayoría de las situaciones cotidianas están completamente teñidas de tradiciones que consideramos inamovibles hasta que alguien nos hace cuestionarlas. Pero además de eso, creo que fue la lectura que me convirtió en adulta, la que me hizo dejar los libros de preadolescente para comenzar a descubrir la biblioteca de mis padres, suficientemente abastecida por el señor de "El círculo de Lectores" que, como en tantos y tantos hogares, aparecía puntualmente una vez al mes para ofrecer las novedades editoriales. Algunos de estos libros decoran todavía las estanterías de muchas casas y sirven un poco de nexo común entre una clase media de mediados de los 70 que ya sabía leer y disfrutaba haciéndolo.
Para acabar de aderezarlo todo, un día mi profesor favorito de
aquella época (y de casi todas) nos preguntó a todos qué libro estábamos
leyendo: yo respondí algo azorada que "Viento del Este, viento del
Oeste" y la cara del profesor Jaume se iluminó con una sonrisa. Me
preguntó quién me lo había recomendado, le dije que mi madre, y , sin
dejar de sonreir, me dijo que siguiera sus recomendaciones literarias.
Volví a mi casa emocionadísima y cuando lo conté a la hora de la cena mi
madre se sonrojó del orgullo que le provocaron mis palabras.
Ahora es ella la que a veces me consulta sobre qué leer, pero sigo confiando en su criterio porque aunque ella nunca me recomendara a Gabriel García Márzquez, la edición de "Cien años de soledad" que me permitió descubrirlo era suya, aunque no lo hubiera leído. ;)
Fuente de la imagen: http://www.pinterest.com
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar