Casi 12 años mayor que yo se casó cuando todavía era una niña y quizás por eso todo en su casa era diferente a todas las casas que frecuentaba: moderna, informal, con muebles de aquella loca década de los 70 que hoy se encuentran bajo la etiqueta de "retro" y que han pasado a costar una burrada. Mi prima era una muchacha joven y guapa que vestía con pantalones de campana, camisas de mil colores y chaquetones con capucha.
De vez en cuando me venía a buscar a casa de mis padres y nos íbamos a pasear juntas: me daba una vuelta por algunas tiendas, me compraba un helado, pero yo estaba deseando que me llevara a su casa donde imaginaba que éramos madre e hija y todo se volvía maravilloso. Francamente, no consigo averiguar qué tenia de maravilloso ir a su casa porque siempre acababa sacando el polvo del mueble del comedor, pero creo que el encanto residía en que me hacía sentir un poco más libre que con mis padres, era una figura de autoridad que no ejercía como tal.
De entre todos los cachivaches que tenía en casa, había uno que me parecía apasionante: se llamaba el termómetro del amor. El artefacto era una especie de matraz de alquimista que iba repleto de un líquido de color azul (ahora he descubierto que se trataba de éter líquido) y que cuando notaba un aumento de la temperatura en la burbuja inferior subía por un espiral hasta la burbuja superior. Parece una tontería pero a una niña de seis años aquello era poco menos que magia de hada de cuento, así que en cuanto llegaba iba corriendo hacia donde sabía que estaba y aplicaba el calor de mis manitas hasta que el éter trepaba por el espiral hacia arriba.
Había varios objetos decorativos en esa época basados en la física, como la lámpara de lava o una lámpara formada por unos hilillos que acababan en puntitas de luz, todavía ahora puedo pasarme horas mirando cualquier aparatejo de estos como poseída por una fuerza sobrehumana.
En fin, como era de esperar, el termómetro del amor tuvo un final no demasiado feliz: la conjunción de objeto frágil con niña de seis años que lo manipula a menudo dio con el termómetro en el suelo y un disgusto espectacular de mi prima que, todavía ahora cuando nos vemos de vez en cuando, me recuerda cuánto le gustaba y qué mal le supo que lo rompiera.
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