Yo iba por la calle y no hacía más que mirar los pies de las demás niñas tan libres, tan felices, tan preciosos, tan estupendos, mientras los míos seguían atrapados en la rectitud de mi madre, que se había comprometido con la ortopeda a no dejarme llevar ningún otro zapato y cumplía a rajatabla las condiciones del secuestro de mis pies que, por su parte, ya alcanzaban el número 36.
Una víspera de San Juan mis padres me llevaron a comprar unos zapatos. Mentiría si dijera que recuerdo cuántos años tenía exactamente pero deberían ser 10 o 11. Entramos en una zapatería y pidieron a la dependienta que sacara unos zuecos de mi número. ¡No me lo podía creer! ¿Iban a ser para mí? Mientras esperábamos que volviera la dependienta (¡Por favor, que no se hayan agotado, que tengan mi número!) mis padres me contaron que la ortopeda había hablado durante la última revisión con ellos y había autorizado la compra de unos zuecos, siempre que tuvieran la planta anatómica de madera y que no me los pusiera cada día.
Todavía recuerdo el placer indescriptible de mis dedos cuando apreciaron el tacto del calzado y cómo me encantó el sonido de mis plantas del pie entrechocando con la superficie de madera.
Fue una noche de San Juan muy especial, yo sentí que me había hecho mayor y que mis pies estaban comenzando a liberarse. Cuando llegaron mis primos, con quienes siempre compartíamos aquella festividad, no entendieron aquella sonrisa tonta en los ojos, en la boca y, seguramente, en los deditos de los pies.
Fuente imagen 1: http://zapatosortopedicos.es
Fuente imagen 2: http://www.ninnos.com
Fuente imagen 3: mis propios pies
Fuente imagen 4: http://www.innatia.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario