domingo, 10 de marzo de 2013

LOS VIERNES NOCHE CON "LA CLAVE"

Ayer estuve comiendo en un restaurante cuyas paredes están repletas de fotografías de grandes estrellas del cine. Sin ir más lejos compartí una pizza caprese con una Marilyn Monroe que miraba con ojillos algo famélicos mi plato desde su privilegiado puesto de observación. Mientras esperábamos que nos sirvieran, no pude evitar escuchar la conversación de la mesa vecina, una familia formada por unos padres y dos hijos que rondaban la adolescencia. Me llamó la atención, por un lado, el nivel de las conversaciones, cargadas de compromiso político, con un nivel de vocabulario muy por encima de lo normal, y los conocimientos cinéfilos de la chica, que debía rondar los 12 años. Hoy día es normal que los adolescentes hablen mal, escriban peor, se pasen el rato trasteando el móvil y sólo sepan responder quién es Justin Bieber. Cuando escuché a la joven "vecina de mesa" haciendo comentarios de calidad sobre Henry Fonda, Alfred Hitchcock o Katherine Hepburn pensé que había muerto por intoxicación de la pizza y estaba en el paraiso de los cinéfilos. La muchacha esgrimía unos conocimientos sobre clásicos del séptimo arte que ya los quisiera yo para mí, y hablaba de guionistas, productores y directores con un desparpajo digno de admirar.



Todo ello me hizo pensar sobre qué hace que un adolescente tome interés sobre el cine clásico en lugar de por otras memeces sin sentido. No me considero una cinéfila recalcitrante, aunque he pasado más de una tarde en la Filmoteca, adoro las películas antiguas en blanco y negro y guardo un recuerdo imborrable de algunos actores y actrices que me parecen insuperables. Sin embargo, sí creo que mi educación estuvo influenciada por algunas actitudes que sí favorecieron que me guste el cine: por un lado mi madre había sido una cinéfila apasionada de las sesiones continuas en los cines de barrio desde su más tierna infancia y todavía ahora recuerda con admirable exactitud el nombre de muchísimos actores y actrices que formaron parte de su educación recibida por la vida (que es la que realmente enseña). También recuerdo las clases de historia con el profesor Jaume,  mi heroe de la EGB, que nos introdujo en el cine de autor hablándonos de "El acorazado Potemkin", "Nosferatu", "El séptimo sello", y que nos premiaba con un punto positivo si íbamos a ver películas como "Fizcarraldo".

Sin embargo, hay otro detalle que aún me parece que contribuyó más a conocer este género y a amarlo y respetarlo como lo hago: los viernes por la noche, después de una semana trabajando, toda la familia celebraba el inicio del fin de semana y se sentaba frente al televisor a ver "La Clave" de José Luis Balbín. Aquel inolvidable programa constaba de la proyección de una película (que en realidad era una excusa) relacionada con el tema que se debatía después, con un montón de señores sesudos que opinaban sobre la pena de muerte, la brujería, el poder de los medios de comunicación... todo ello con un espíritu crítico que nos enseñaba a ver la película de otra manera, desde otro punto de vista.Y al mismo tiempo, y tanto o más importante aún, a ver la realidad con otros ojos, mucho más inteligentes. La música de la cabecera del programa era terrorífica, a mí me parecía que era el sonido que debían hacer gigantescas gotas de aceite cayendo sobre una superficie líquida, que lo envolvía todo, asfixiando por completo la atmósfera del programa, ya bastante enrarecida por el tabaco de pipa de Balbín y de todos los cigarrillos de los contertulianos.

Como siempre digo, internet lo tiene todo y he encontrado un listado de las películas que se proyectaron en tan maravilloso programa: guardo un especial recuerdo de "Ultimátum a la tierra" con las palabras en clave "Klatoo barada nicto", una Kim Novak guapísima protagonizando un baile muy sexy en "Picnic", la palabra "Rosebud" escrita en el trineo del "Ciudadano Kane" y que me quedé con las ganas de ver "La semilla del diablo" a pesar de lo aterrada que estuve durante meses sólo con el resumen que me hicieron después los compañeros de clase que sí pudieron verla.

Quizá esté equivocada, pero cuando dicen que tenemos la televisión que nos merecemos no me parece que los programadores de hoy en día estén haciendo todo lo posible por educar en calidad a los ciudadanos de este país. En una época en que salíamos de la más absoluta oscuridad la televisión pública apostó por programas que nos enseñaron a pensar por nosotros mismos, a degustar las obras de arte y a creernos que otro mundo era posible. No sé si la programación de los viernes de hoy día permitirá que eso ocurra en los niños y niñas que mañana decidirán con sus votos el futuro de este país.

Os dejo la sintonía para que se os vuelvan a poner los pelos como escarpias.


Fuente de imagen 1: http://www.rtve.es
Fuente de imagen 2: thecinemalights.blogspot.com.es

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