el fin de semana está justo recién estrenado y todavía quedan por delante un montón de horas para disfrutar sin ir al colegio. En mi niñez, una de las señales de que el fin de semana se acercaba inexorable era mi serie preferida: "Con ocho basta".
Para una niña que hasta los siete años fue hija única estas ficciones con muchísimos hermanos eran lo más: tanto los Bradford en versión USA como la "Gran Familia" de Chencho en versión castiza eran para mí una especie de cielo infantil, donde unos se ayudaban a los otros, había hermanos mayores y menores que peleaban, compartían y dormían en literas maravillosas donde la vida era una fiesta eterna (eso pensaba yo, claro). Los ocho hijos de aquel señor periodista calvito y entrañable me enviaban a una casa grande, con todas las comodidades de la vida norteamericana media, y encima rodeados de hermanos adolescentes (que en aquella época me paracían adultos) que eran felices haciendo el desayuno del benjamín de la familia (Nicholas) o yendo todos juntos a la ciudad en un coche chulísimo que llamaban "la Rubia".
Si la serie de por sí ya tenía alicientes suficientes, sólo me faltó que en el primer episodio el hijo mayor lo protagonizara Mark Hamill, que me robó el corazón ya nada más aparecer en la pantalla, aunque fuera el único episodio en que apereciera para irse a cruzar las galaxias lejanas, encarnando a Luck Skywalker. Tengo que confesar que esperé en secreto que el muchacho se reincorporara en algún momento a la familia pero no sucedió nunca, así que otro de los personajes masculinos, Tommy, suplió bastante el vacío de Mark, y este se quedó hasta el final. Me gustaba mucho también, aunque por otros motivos, Elizabeth Bradford, con su melena lisa y su cara angelical. Yo creo que llegué a soñar con pertenecer a esa familia alguna vez, aquello era más de lo que podia desear.
No era yo la única encantada con los Bradford: en la carátula de la serie los protagonistas salían corriendo de casa para subirse unos sobre otros en una pirámide humana que construían en el jardín y durante años, los niños de mi edad nos obsesionamos por montar y desmontar esta figura en los parques con los amigos en la menor ocasión. Haced la prueba, preguntad a cualquiera que vivió los 80 si recuerda haberse ganado un golpe morrocotudo intentando construir la pirámide de "Con ocho basta". Veréis las caras de complicidad. Incluso recuerdo haber quedado más de un viernes con mi amiga Àngels para ver juntas a Tommy aunque ella ahora de mayor dice que no lo recuerda.
Por si fuera poco, nunca les agradeceré lo suficiente que me enseñaran que la capital de California fuera Sacramento (y no Los Ángeles, como sería de suponer), una ciudad anodina, que ha pasado sin pena ni gloria por la filmografía estadounidense excepto por esta pequeña joya televisiva. Deberían hacer un monumento a esta serie en la entrada a Sacramento por haber conseguido que la gente la ubicara en un mapa al menos durante la emisión de la serie.
En fin, que hoy estamos a viernes y me ha parecido bonito recordar otros viernes entrañables, cuando soñábamos con ser ocho o más en la familia.
Fuente foto 1: http://blogs.elpais.com