viernes, 29 de noviembre de 2013

LA PIRÁMIDE DE "CON OCHO BASTA"

Los viernes por la tarde también tienen una magia especial, a veces incluso superior a la del sábado, porque
el fin de semana está justo recién estrenado y todavía quedan por delante un montón de horas para disfrutar sin ir al colegio. En mi niñez, una de las señales de que el fin de semana se acercaba inexorable era mi serie preferida: "Con ocho basta".

Para una niña que hasta los siete años fue hija única estas ficciones con muchísimos hermanos eran lo más: tanto los Bradford en versión USA como la "Gran Familia" de Chencho en versión castiza eran para mí una especie de cielo infantil, donde unos se ayudaban a los otros, había hermanos mayores y menores que peleaban, compartían y dormían en literas maravillosas donde la vida era una fiesta eterna (eso pensaba yo, claro). Los ocho hijos de aquel señor periodista calvito y entrañable me enviaban a una casa grande, con todas las comodidades de la vida norteamericana media, y encima rodeados de hermanos adolescentes (que en aquella época me paracían adultos) que eran felices haciendo el desayuno del benjamín de la familia (Nicholas) o yendo todos juntos a la ciudad en un coche chulísimo que llamaban "la Rubia".

Si la serie de por sí ya tenía alicientes suficientes, sólo me faltó que en el primer episodio el hijo mayor lo protagonizara Mark Hamill, que me robó el corazón ya nada más aparecer en la pantalla, aunque fuera el único episodio en que apereciera para irse a cruzar las galaxias lejanas, encarnando a Luck Skywalker. Tengo que confesar que esperé en secreto que el muchacho se reincorporara en algún momento a la familia pero no sucedió nunca, así que otro de los personajes masculinos, Tommy, suplió bastante el vacío de Mark, y este se quedó hasta el final. Me gustaba mucho también, aunque por otros motivos, Elizabeth Bradford, con su melena lisa y su cara angelical. Yo creo que llegué a soñar con pertenecer a esa familia alguna vez, aquello era más de lo que podia desear.

No era yo la única encantada con los Bradford: en la carátula de la serie los protagonistas salían corriendo de casa para subirse unos sobre otros en una pirámide humana que construían en el jardín y durante años, los niños de mi edad nos obsesionamos por montar y desmontar esta figura en los parques con los amigos en la menor ocasión. Haced la prueba, preguntad a cualquiera que vivió los 80 si recuerda haberse ganado un golpe morrocotudo intentando construir la pirámide de "Con ocho basta". Veréis las caras de complicidad. Incluso recuerdo haber quedado más de un viernes con mi amiga Àngels para ver juntas a Tommy aunque ella ahora de mayor dice que no lo recuerda.

Por si fuera poco, nunca les agradeceré lo suficiente que me enseñaran que la capital de California fuera Sacramento (y no Los Ángeles, como sería de suponer), una ciudad anodina, que ha pasado sin pena ni gloria por la filmografía estadounidense excepto por esta pequeña joya televisiva. Deberían hacer un monumento a esta serie en la entrada a Sacramento por haber conseguido que la gente la ubicara en un mapa al menos durante la emisión de la serie.

En fin, que hoy estamos a viernes y me ha parecido bonito recordar otros viernes entrañables, cuando soñábamos con ser ocho o más en la familia.

¡Feliz fin de semana!

Fuente foto 1: http://blogs.elpais.com

miércoles, 27 de noviembre de 2013

¡YO QUIERO SER MARY POPPINS!

Cuando tenía siete años mi prima Nuria me llevó una tarde de verano a ver Mary Poppins al cine Galileo. Se trataba de un re-estreno, pero para mí era una novedad absoluta, era la primera vez que iba a conocer a una de mis heroinas infantiles. En la cola, llena de ansiedad por entrar, me compró una bolsa de patatas Matutano que llevaba un adhesivo de estos que, al moverlo, hacía que la imagen también cambiaba y que me tuvo ensimismada hasta que pudimos acceder a la sala.

Como he contado en otras ocasiones, el cine de mi infancia es cine de sesión continua, entrábamos a las 16 de la tarde y podíamos estar hasta que acababa el pase viendo sin parar las mismas películas sin que nadie nos dijera nada (aunque normalmente, el adulto que me acompañaba terminaba cansado de asistir a una especie de bucle filmográfico y te cogía de la manga para hacerte salir del ensimismamiento para decir que nos marchábamos, que aquella parte ya la habíamos visto dos veces, y que ni una más). Aquel día primero daban "La montaña embrujada", aquella película que hablaba de dos hermanos con cierto aire paranormal que recuerdan con frecuencia una montaña y un naufragio. La había visto ya un par de veces, y estaba deseando que apareciera la institutriz más divertida del mundo.

Me atrapó desde el primer momento: era una chica dulce, simpática, con cierto aire brujeril pero sin excederse, nadie podía sospechar que ordenara habitaciones a golpe de chasquido de dedos. Tenía una cara muy linda e incluso su vestimenta, de la época victoriana, era "chic", con aquel sombrero y aquel bolso imposibles. Cantaba precioso, conseguía ser amiga de todo el mundo, incluso de los deshollinadores, y cuando se trataba de salir a pasear era capaz de llevarte incluso a un paraje de dibujos animados. Julie Andrews me impactó muchísimo, (¿Cómo no iba a hacerlo?, me pregunto incluso hoy en día) porque era eficaz y dulce, responsable y divertida, guapa, respetable y encantadora. Tenía la dosis justa de todos los calificativos posibles para describir a una mujer perfecta, y yo me quedé prendada incondicionalmente.

Después de muchos tiempo, en el año 2004, compré el DVD conmemorativo de los 40 años de su estreno y he intentado sin éxito que mis dos hijos la vean conmigo. Me pasa un poco como con el libro de Pandora, que empezamos los tres juntos y acabo yo sola emocionada con los recuerdos de niñez mientras ellos me abandonan demostrándome, una vez más, que mi infancia es mi infancia y mis recuerdos no pueden ser los de mis hijos, porque ellos también tendrán tardes memorables para recordar cuando sean mayores.

De cualquier modo, me encantaría saber que Mary Poppins ha vuelto, como dicen por ahí.

Fuente de imagen 1: http://utopiasurrealista.blogspot.com.es
Fuente de imagen 2:  http://revistanoticiasinsolitas.wordpress.com







jueves, 14 de noviembre de 2013

MIS MUÑECAS RECORTABLES

Ayer estuve enferma. Nada grave, seguramente un virus de estos que van y vienen con los niños del colegio. Pero volví del trabajo y me eché en la cama sin intención de quedarme dormida (craso error, porque como era de suponer, me quedé dormida y he estado 12 horas ininterrumpidas en brazos de Morfeo); la cuestión es que justo antes de quedarme dormida, en ese pequeño lapso de tiempo en que no estás ni despierta ni dormida del todo y los mecanismos de control ceden, siempre se cuela una parte de mí muy pequeña, muy infantil, y los recuerdos se me agolpan en esa especie de duermevela que me hace sentir que vuelvo a tener 6 o 7 años. Y me hizo recordar algo muy bonito: mi pasión por las muñecas recortables.

Al lado de mi casa teníamos una papelería, que primero regentaba la señora Neus y poco después un tal Pedro. Cuando conseguía reunir alguna moneda me iba a buscar muñecas recortables (mi prima Dori, de quien ya he hablado en otras entradas, les llamaba "mariquitinas" -dulcísimo-) más contenta que unas Pascuas. No recuerdo demasiado a la primera dueña de la librería, a pesar de que estuvo bastante tiempo, pero a Pedro lo tengo muy presente porque era un chico cuando le conocí y ahora está a punto de jubilarse en otra librería del barrio. Tal como me veía entrar sacaba un cuaderno gigante donde tenía para escoger las muñecas recortables, e iba arrancando las hojas que escogía. Yo tardaba bastante tiempo en decidirme porque tenía muchos elementos en qué fijarme: quería muñecas que tuvieran formas proporcionadas (hubo una época en que las muñecas eran cabezudas, completamente deformes, irreales); no me gustaban las que estaban de perfil, porque dificultaba compartir vestidos con otras muñecas que ya tenía; me gustaba que tuvieran muchos vestidos para el día a día, algún abriguito y era ideal cuando encontraba que llevaban bolso o sombrero; y si encima había un traje para disfrazar que llegara hasta los pies, tipo princesa o dama de la corte ya no tenía que buscar más. Yo iba pasando las páginas arriba y abajo primero descartando, y finalmente me quedaba cuatro o cinco candidatas que iba eligiendo con mucho cuidado. Al final, Pedro me enrollaba las hojas que había escogido y yo salía de la librería corriendo para llegar a casa y empezar a recortar.


Me encantaba ir primero separando los diferentes vestidos y la silueta de la muñeca para después cortar más detalladamente cada uno de los elementos. Mientras usaba las tijeras con destreza iba pensando qué nombre iba a ponerle. Para mí era decisivo este detalle porque había muñecas que, por mucho que me gustara el nombre no podían llamarse de una manera determinada sencillamente porque no les pegaba. Había tenido Verónicas, Virginias, Patricias, Deborahs, Jessicas y Esmeraldas, y nunca me olvidaba de qué nombre le había puesto a cada una precisamente porque personalizaba completamente este detalle con cada muñeca: además de que me gustara el nombre, ella tenía que tener cara de llamarse así.

Una vez lo tenía todo recortado, le persentaba al resto de sus compañeras, hermanas y/o conocidas del mundo del papel "couché", y me dedicaba a repartir los vestidos en función de cuáles de ellos podían compartir. Si contamos que estoy hablando de posiblemente, más de 40 o 50 muñecas que llegué a tener, la tarea se complicaba tanto que al final las guardaba agrupadas por tamaños y posturas similares para, cuando volviera a jugar con ellas, las pudiera ubicar facilmente.

El rato de juego en sí, fuera de la organización, era corto y casi siempre consistía en vestirlas y desvestirlas para una ocasión imaginaria de manera casi compulsiva, hasta que al final me cansaba, lo volvía a meter todo en aquella vieja bolsa ajada por el uso (y que ahora tantas veces maldigo haber tirado a la basura) hasta la siguiente ocasión en que una moneda caía entre mis manos y me iba a ver a Pedro y a su gigante bloc de muñecas recortables.

Fuente de la imagen 1: http://www.gabitogrupos.com
Fuente de la imagen 2: http://www.todocoleccion.net

miércoles, 6 de noviembre de 2013

BARBAPAPÁ

Hace bastantes días que no me animo a escribir nada. Quizá es porque no acabo de encontrarme del todo a mí misma, como si estuviera buscando una nueva forma de ser yo. Sé que suena complicado y no acostumbro a expresar mis emociones aquí pero, qué narices, alguna vez tiene que ser la primera.

Me siento un poco como los Barbapapá, aquella fantástica familia de bichos peludos e indescriptibles que tomaban formas diferentes en función de las necesidades y que nos amenizó muchas tardes de los años 80. A lo mejor se trata de eso, de intentar adaptarse más a lo que nos va trayendo la vida, en lugar de mantenernos imperturbables en lo que somos y sentimos.

En fin, os dejo con ellos...