Cuando llegó a mi casa el radiocassette yo tenía cinco o seis años: un verano mis padres se gastaron 5200 pesetas de aquella época en un dispendio sin precedentes. De aquel día conservamos todavía en casa una cinta grabada que he escuchados tantas veces que todavía la recuerdo casi por completo; como merecía la ocasión, nos pasamos todo el día haciendo pruebas, los mayores diciendo frases graciosas, y los niños cantando melodías de la época intentando emular grandes artistas. Guardamos también dos pedazos de canciones de la época: "Tómame o déjame" de Mocedades y "A whiter shade of pale" de Procol Harum que quedaron inmortalizados entre las voces del vendedor que nos daba instrucciones para que nos familiarizáramos con el aparato.
Hay que decir que esta actividad duró meses y meses y fue el máximo divertimento de grandes y pequeños. Quedaron registradas las voces incluso de mis abuelos. Estoy encantada de que esta cinta sobreviviera a mi adolescencia, porque durante esa época "machaqué" literalmente casi todas las cintas vírgenes existentes en mi casa en un afán irreprimible de grabar todas mis canciones preferidas de la radio. Destruí también algunas cintas de artistas que habían dejado de interesarme con el viejo truco de la cinta adhesiva en las perforaciones para poder grabar encima de ellas, como las de Enrique y Ana que en otro tiempo habían sido mi mayor objeto de deseo. Mi mayor afición durante mucho tiempo fue escuchar la radio con los dos dedos índices preparados sobre los botones del "play" y del "rec" esperando que sonara mi canción favorita del momento y rezando para que el locutor de turno no la destrozara demasiado pronto con sus absurdos comentarios. Cuando la cosa fue modernizándose y aparecieron los "walkman" los adolescentes inventamos uno de los primeros métodos de ahorro de energía, aprendiendo a rebobinar con un bolígrafo Bic para evitar gastar las pilas. Fue uno de estos descubrimientos de la sabiduría popular que tiene mucho mérito que en una época sin internet como aquella corriera como la pólvora y fuera adoptada por toda una generación.
¿Y qué decir que esos momentos castróficos en que se enredaba inexorablemente al reproductor hasta que había que romperla para poder liberarla? Después aquellas madejas de cinta marrón que tirábamos a la basura aparecían en las cunetas de la carretera, o volando al viento enganchadas en las ramas de los árboles poniendo un punto y final de lo más poético a su vida útil.
Poco a poco el CD fue substituyendo los vinilos y las cintas de cassette, hasta el punto que hoy en día muchas casas las acumulamos a pesar de que ya no contamos con el reproductor para volver a escucharlas. Cuando pienso que no tiene sentido seguir guardándolas vuelvo a recordar aquellas voces registradas de los familiares que ya no están, aquellos momentos de mi infancia y adolescencia que tanto me conmueven y me reprimo de tirarlas a la basura; me convenzo a mi misma pensando que, al fin y al cabo, no me hace falta ese cajón que ahora están ocupando.
Fuente de la imagen 1: http://sensacioneselmundo.blogspot.com.es
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