jueves, 1 de mayo de 2014

PATINANDO SOBRE HIELO

Hoy he vuelto a llevar a mis hijos a patinar sobre hielo. Bueno, si soy honesta debería decir que he ido a patinar sobre hielo y mis hijos han venido conmigo, un poco por diversión, un poco por obligación. Siempre me ha encantado la sensación de libertad que produce dejar que los pies se deslicen suavemente sobre la superficie helada, es algo parecido a volar sin perder el contacto con el suelo.

Hacía muchos años que no patinaba sobre hielo hasta que hace cosa de un mes volví a la pista del FC Barcelona con la intención de pasar un rato haciendo deporte en familia pero también para desenterrar viejos recuerdos. En mi primera adolescencia era muy habitual pasar las tardes de los fines de semana patinando sobre hielo (no todos los fines de semana porque no es una actividad precisamente barata, pero sí cuando había posibilidad económica de hacerlo). Antes de empezar con las discotecas las pandillas nos divertíamos intentando mantener el equilibrio de manera lo más digna posible sobre unas cuchillas afiladas que nos ayudaban a deslizarnos sobre aquella preciosa superficie.



Era una afición que estaba muy bien vista por los padres (que accedían  a soltarnos el dinero sin rechistar, al contrario que pasaría un poco después, cuando la actividad pasaba a ser más "bailonga" y menos deportista) y además permitía tener los primeros escarceos con la persona que nos gustaba cuando, con el corazón acelerado, el chico que te gustaba de la pandilla te ofrecía la mano para patinar junto a él. No era necesariamente una declaración de amor en toda regla, pero ya significaba que sentía algo especial por ti.

Yo, que siempre he sido un poco neurótica, no sabía si apretar la mano (por si parecía que demostraba demasiado interés) o dejarla un poco más suelta, como despreocupada, de chica liberal que no necesita a nadie. Lo que sí recuerdo es que la mano me empezaba a sudar de los nervios y agradecía tremendamente que fuera obligatorio el uso de guantes. Después de unas cuantas vueltas, si todo había ido bien, el chico te decía si querías descansar, y ese era el momento propicio para el acercamiento: algún tímido beso, una media sonrisa, o una declaración de intenciones que dejaba claro que ahí había algo más que un par de vueltas sobre el hielo. Aquel momento en las gradas, con las cuchillas apoyadas en la goma de las escaleras y tu chico preferido rozando tu mano era casi celestial. Recuerdo el olor del hielo y esa temperatura necesaria para que que no se convirtiera en agua que, con un poco de velocidad por el patinaje, otro poco por el calor de esfuerzo y un mucho por la emoción del momento, hacía que salieras de la pista de hielo con las mejillas como rosetas.

Hoy ha sido todo diferente, claro está, pero he podido comprobar que la pista de hielo todavía huele así, a primer beso, a ese momento en que te sientes especial por primera vez mientras por los altavoces suena Cyndi Lauper.



Fuente de la imagen 1: http://compartimosunbrunch.com/
Fuente de la imagen 2: http://www.fcbarcelona.es/

2 comentarios:

  1. Yo iba al Skating, del passeig de Sant Joan. No muy a menudo, pero siempre con mi madre y mi hermana, y a veces con alguna amiga.

    Nunca ningún chico me cogió de la mano, porque mi noviete vivía en el pueblo donde pasaba las vacaciones, je je je. Pero sí recuerdo la obligación de llevar guantes, y si te los olvidabas, tenías que alquilar unos, como los patines. Qué poco escrupulosa era entonces, ja ja ja.





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  2. En tu caso la sesión de patinaje tenía otro tipo de emociones, está claro. Yo es que nunca he tenido noviete en el pueblo, todos han sido urbanitas :(
    Siempre me llevaba los guantes de casa, porque me daba mucha grima ponerme unos que no eran míos, de tela, que se mojaban enseguida, en cuanto te caías un par de veces... Pasa igual que con los zapatos de bolera, que se compartían (y se comparten) con toda la naturalidad del mundo. Mira, prefiero no pensarlo.

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