Recuerdo perfectamente a mi madre embadurnada en cualquier potingue que se ponía de moda cada año y que prometía adquirir aquel tono tan ansiado en el cuerpo y en la cara. Recuerdo el olor de coco del aceite de Nivea, aquel aroma dulzón que me transporta inmediatamente a la playa de la Barceloneta, en aquella botella color marrón oscuro, cuyo contenido parecía que iba a freír literalmente la piel de quien se untaba con ella; también había una botella de plástico semitransparente con un sol amarillo pintado en el frente y un tapón también amarillo. Por la forma del envase, a mí me parecía más una botella de aceite de las que usaba mi madre para engrasar la máquina de coser que un producto cosmético. Este olía a limón, su textura un poco menos untuosa que el anterior, pero mi madre parecía igualmente una pieza de rebozado dispuesta para la fritura.
Directamente relacionado con el verano y la playa debo hacer un paréntesis para hablar de los balones de Nivea: ¿Quién no ha corrido desesperadamente por la orilla en busca de uno de los cientos de balones que soltaba una avioneta cerca del agua? Me parece una de las campañas más fabulosas de la historia, todos recordamos esas maravillosas pelotas publicitarias con las que después pasábamos horas y horas jugando mientras le regalábamos a cambio visibilidad a la marca.
Volviendo al tema que nos ocupa, en los ochenta la textura cambió y pasamos a las gelatinas, primero de zanahoria (de color naranja) y después al té (de color marrón), las dos de Margaret Astor. Los más afortunados económicamente se pasaron a la crema Lancaster, que conseguía resultados maravillosos en la piel y garantizaba que ibas a ser la envidia de los que se cruzaran a tu paso el lunes por la mañana al contemplar el bronceado caribeño que te proporcionaba.
Pero como niña que era, yo recuerdo sobre todo la publicidad de estas cremas y bronceadores. La que más me gustaba era la de Coppertone, un producto norteamericano que empezó a hablar de protección. Recuerdo un año en que el anuncio fue una especie de coreografía con varias chicas estupendas, de piernas larguísimas y muy bronceadas protegidas con sendas sombrillas de color amarillo (el color más favorecedor cuando se está moreno) que bailaban al son de una música que nos animaba a broncearnos sin peligro gracias al producto. Sinceramente, a mí me fascinaba. No he conseguido encontrarlo en la red pero todavía tengo en mi cabeza la letra del spot:
"Cuando el sol calienta
y sientes su calor
Coppertone contigo está
para atrapar el sol
Te bronceas a fondo,
no huyas del sol
Usa Coppertone"
Seguramente Coppertone y sus publicistas no imaginan que aún ahora, treinta años después, su anuncio, su melodía y su historia, siguen siendo mi representación perfecta del verano. Supongo que esta es la mayor satisfacción que puede darse a un publicista, que alguien recuerde muchos años después su anuncio y su producto y ambos sigan encarnando lo que quería transmitir: el espíritu del verano.
Fuente de la imagen 1: http://articulo.mercadolibre.com.ar
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