Hubo un momento en mi vida de niña preadolescente en que comprendí que no iba a ser nadie en este mundo si no empezaba a criar gusanos de seda: todos mis compañeros y compañeras del colegio criaban en casa gusanos de seda (o al menos a mí me parecía que yo era la única que no lo hacía) y no quería ser menos.
Se trataba de comprar los animalitos en cuestión no recuerdo en qué establecimiento (estoy intrigadísima por saber dónde los compramos, porque aunque yo también fui a buscarlos no me acuerdo de ningún detalle) y meter a los pobres inocentes en una caja de zapatos previamente agujereada para que respiraran con normalidad. En mi caso, fueron tres especímenes, uno de ello blanco con tiras negras, que en seguida fueren sepultados sin consideración entre innumerables hojas de morera que habíamos ido a recoger previamente a un parque cercano. A partir de ahí, la cuestión era observar cómo se convertían en mariposas.
Así que una vez tuvimos a los tres tristes gusanos instalados en la caja y les hubimos proporcionado el suficiente condumio para alimentar una docena de ellos, yo iba a cada momento a abrir la caja a comprobar su estado, a toquetearlos un poco y a ver si me daban algún tipo de satisfacción como cuidadora, porque aquellos bichillos no movían la colita cuando una se acercaba (por falta de ella y por carencias cognitivas diversas) ni yo percibía ningún tipo de agradecimiento por su parte por haberlos ubicado en aquella preciosa caja de zapatos reconvertida en mansión para lepidópteros. Para acabar de rematar el tema, en cuanto los gusanos estuvieron un par de días en cautividad y empezaron a hacer sus necesidades negruzcas, al abrir la caja se percibía un aroma ácido y penetrante que nunca más abandonaría mi memoria olfativa.
En definitiva, cuando empezaron a fabricar los capullos, cada uno en una esquinita y yo vi aquella masa de hilo-pelo blanco pegajoso acabé de comprender que lo mío no iba a ser la veterinaria, y que tendría que haberme informado sobre el proceso de transformación antes de pedir que me los compraran. Seguramente desde el punto de vista pedagógico, tener un ejemplo tan claro de metamorfosis al alcance de cualquier niño debe ser muy enriquecedor. Pero a mí me empezaron a dar un asco tremendo los olores, las cacas y los capullos del gusano. El colofón lo puso cuando aparecieron las mariposas: uno de los días me acerqué a la caja y, antes de abrirla, noté un batir de alas en la tapa de uno de los pobres recién metamorfoseados que luchaba por salir a ver mundo. Las mariposas que yo había visto a lo largo de mi vida eran las de los reportajes de naturaleza, alguna por el campo y poca cosa más. Y la mariposa del gusano de seda no tenía nada que ver con mi ideal de mariposa, que seguramente está más cercana a la monarca o a cualquiera de color naranja, azul,.... pero no aquel monstruo lleno de pelos blancos con unos ojazos negros penetrantes e inquisidores que yo vi cuando abrí por un ladito la caja para evitar que saliera volando.
Siento reconocerlo pero no volví a tocar la caja nunca más. Mi padre no hacía más que decirme que había que buscar los huevos para volver a empezar el ciclo que creaba el gusano pero a mí nada me apetecía menos que volver a empezar el ciclo de aquellos animales repugnantes en mi casa, mi habitación y mi caja de zapatos. No sé lo que hizo mi padre con la caja ni el contenido pero nunca más volví a pedir tener gusanos y no he vuelto a decir nunca más que me gustan las mariposas. Estoy contenta porque esta experiencia también me sirvió para informarme antes de pedir tortugas, pajaritos, perros, gatos, pollos y demás animales domésticos, así que se puede decir que sólo ha habido tres víctimas en mi periplo con los individuos de otras especies (excepto moscas, mosquitos y algún que otro insecto).
Cuando alguien dice que sus hijos crían gusanos de seda y mis hijos me miran con interrogación vuelvo a oler el aroma de la caja abierta, a recordar la mirada de la mariposa recién estrenada y un escalofrío recorre mi espina dorsal... y mis nenes miran a otra parte como si nadie hubiera mencionado el tema.
Fuente de la imagen 1: http://blogs.elpais.com/mamas-papas
Fuente de la imagen 2: http://imagenesanimadas.co
Fuente de la imagen 3: http://www.guiaverde.com
sábado, 19 de enero de 2013
lunes, 14 de enero de 2013
TEBEOS, COMICS Y OTRAS LECTURAS INFANTILES
Mi prima Dori tenía tebeos muy distintos a los míos: yo era de "Tio Vivo", de "Pulgarcito", "DDT", las publicaciones típicas de la editorial Bruguera que mi padre me traía cada domingo junto al cruasán y su periódico. Para mí eran los mejores tebeos del mundo (tampoco conocía otros) de modo que cada fin de semana esperaba con avidez la llegada de un nuevo número.
En verano, cuando iba a pasar las vacaciones a casa de mis tíos, mi prima Dori me prestaba los tebeos que ella había ido acumulando durante el año. En su casa no se compraban ni las mismas publicaciones ni con la misma asiduidad, y el hecho de que fuera algo que yo no conocía convertía aquellas lecturas en un preciado tesoro que a mí me encantaba repasar: a ella le compraban "Don Miki", con una medida mucho más reducida y que tenía personajes como el Tío Gilito, los Apandadores, etc. Me encantaba leer y releer aquellas historietas tan diferentes de las mías, porque mientras los tebeos de mi casa reflejaban en poco o en mucho una sociedad parecida a la nuestra, con personajes más reales, más cercanos a nuestro día a día, "Don Miki" contaba cosas que pasaban muy lejos en el tiempo y el espacio (para empezar, ni siquiera los personajes eran humanos).
Seguramente atrapada por el exotismo y la novedad cuando regresamos a casa aquel verano le pedí que dejara de comprarme los habituales "Zipi y Zape" y "Mortadelo" por el cómic de Disney y, aunque no le acababa de convencer, me lo traía cada semana a regañadientes.
Coincidió que publicaron por aquel entonces una colección de monedas para ilustrar la "Gloria e historia de la dinastía de los patos", una serie que cada semana contaba un episodio de los patos en diferentes secuencias históricas: el antiguo Egipto, Roma, Escocia y el monstruo del Lago Ness... Fue como seguir una telenovela escrita, cada semana esperaba con impaciencia el nuevo capítulo de la saga, y las monedas estuvieron dando tumbos (¡Qué rabia no haber guardado todos estos pequeños tesoros que ahora recuerdo con tanto cariño!) durante muchos años.
Tengo que decir que pronto se me pasó aquella devoción repentina por "Don Miki" y enseguida volví a mi "Pepe Gotera y Otilio", "13 Rue del Percebe" y todos esos personajes tan cotidianos y tan cercanos a mi realidad social (todavía hay en el barrio una tienda que vende patatas que me recuerda al tendero de la finca más divertida de la historia).
Años después paseá a leer "Lily", con las historias de "Esther y su mundo", con aquel guapísimo Juanito que jugaba tan bien a fútbol pero que no se decidía nunca a dar un paso con la pobre chica, y de ahí al "Super Pop" sólo hubo un paso, cuando las hormonas empezaron a revolucionarse y dejé de conformarme con los dibujos.
He vuelto a releer los tebeos infantiles muchos años después, cuando la nostalgia vuelve todo lo que rodea nuestra niñez en algo mágico y maravilloso. Volver a mirar las viñetas de "Carpanta" o "El profesor Tragacanto" me sirve para transportarme a aquellas mañanas de domingo y cruasán con café con leche.
Ya no venden publicaciones semanales para niños, entiendo que por falta de público y creo que es una pena porque con ellas los pequeños de casa se acostumbran a utilizar la lectura en sus momentos de diversión hasta que, sin darse cuenta, la lectura les atrapa para siempre y empiezan a devorar libros sin necesidad de que les acompañen los dibujos. La imagen deja paso a la letra y ya nada vuelve a ser lo mismo: ahí quedan mis tardes interminables con los clásicos de Enid Blyton, sobre todo "Los Cinco" pero también "Las mellizas O'Sullivan" o "Torres de Malory" y, en menor medida, "Puck" de Lisbeth Werner . Creo que ratos tan preciosos como estos merecen una ocasión especial. Otro día será...
Fuente de la imagen 1: http://www.via-news.es
Fuente de la imagen 2: http://pephomar.blogspot.com.es
Fuente de la imagen 3:http://somosochenteros.blogspot.com
En verano, cuando iba a pasar las vacaciones a casa de mis tíos, mi prima Dori me prestaba los tebeos que ella había ido acumulando durante el año. En su casa no se compraban ni las mismas publicaciones ni con la misma asiduidad, y el hecho de que fuera algo que yo no conocía convertía aquellas lecturas en un preciado tesoro que a mí me encantaba repasar: a ella le compraban "Don Miki", con una medida mucho más reducida y que tenía personajes como el Tío Gilito, los Apandadores, etc. Me encantaba leer y releer aquellas historietas tan diferentes de las mías, porque mientras los tebeos de mi casa reflejaban en poco o en mucho una sociedad parecida a la nuestra, con personajes más reales, más cercanos a nuestro día a día, "Don Miki" contaba cosas que pasaban muy lejos en el tiempo y el espacio (para empezar, ni siquiera los personajes eran humanos).
Seguramente atrapada por el exotismo y la novedad cuando regresamos a casa aquel verano le pedí que dejara de comprarme los habituales "Zipi y Zape" y "Mortadelo" por el cómic de Disney y, aunque no le acababa de convencer, me lo traía cada semana a regañadientes.
Coincidió que publicaron por aquel entonces una colección de monedas para ilustrar la "Gloria e historia de la dinastía de los patos", una serie que cada semana contaba un episodio de los patos en diferentes secuencias históricas: el antiguo Egipto, Roma, Escocia y el monstruo del Lago Ness... Fue como seguir una telenovela escrita, cada semana esperaba con impaciencia el nuevo capítulo de la saga, y las monedas estuvieron dando tumbos (¡Qué rabia no haber guardado todos estos pequeños tesoros que ahora recuerdo con tanto cariño!) durante muchos años.
Tengo que decir que pronto se me pasó aquella devoción repentina por "Don Miki" y enseguida volví a mi "Pepe Gotera y Otilio", "13 Rue del Percebe" y todos esos personajes tan cotidianos y tan cercanos a mi realidad social (todavía hay en el barrio una tienda que vende patatas que me recuerda al tendero de la finca más divertida de la historia).
He vuelto a releer los tebeos infantiles muchos años después, cuando la nostalgia vuelve todo lo que rodea nuestra niñez en algo mágico y maravilloso. Volver a mirar las viñetas de "Carpanta" o "El profesor Tragacanto" me sirve para transportarme a aquellas mañanas de domingo y cruasán con café con leche.
Ya no venden publicaciones semanales para niños, entiendo que por falta de público y creo que es una pena porque con ellas los pequeños de casa se acostumbran a utilizar la lectura en sus momentos de diversión hasta que, sin darse cuenta, la lectura les atrapa para siempre y empiezan a devorar libros sin necesidad de que les acompañen los dibujos. La imagen deja paso a la letra y ya nada vuelve a ser lo mismo: ahí quedan mis tardes interminables con los clásicos de Enid Blyton, sobre todo "Los Cinco" pero también "Las mellizas O'Sullivan" o "Torres de Malory" y, en menor medida, "Puck" de Lisbeth Werner . Creo que ratos tan preciosos como estos merecen una ocasión especial. Otro día será...
Fuente de la imagen 1: http://www.via-news.es
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sábado, 5 de enero de 2013
NOCHE DE REYES
Las noches de un día como hoy empezaban por la mañana. Mi madre me acompañaba al tendero de la esquina, el Sr Antonio, para que nos diera algo de la paja que servía para proteger las peras en las cajas y que sería el alimento de los camellos de Los Reyes Magos de Oriente. A sus majestades, una vez volvíamos de la cabalgata y cenábamos, les preparábamos unos trocitos de turrón y algún que otro chupito de licor. Eran noches laaaargas y lentas que tardaban en pasar una eternidad. Como niña obediente que era, yo me metía en la cama todavía con el último bocado de la cena en la boca y cerraba los ojos justo en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada, en un intento de que el sueño me invadiera lo antes posible para que no se hiciera tan larga la espera. Además, conocía la leyenda de algunos niños que habían abierto los ojos justo en el momento en que entraban por la puerta los mágicos de Oriente y se habían quedado sin regalos. También conocí más adelante, en mi adolescencia, la madre de una de mis mejores amigas, Helena, que explicaba que un año había llegado a ver de refilón una capa de uno de los reyes, y a pesar de todo ese año tuvo regalos, pero yo no quería arriesgarme.
En cuanto me metía en la cama mis padres me anunciaban que se iban a dar una vuelta, imagino que para pasar los nervios, y yo me quedaba en casa con mi yaya Isabel, que se ponía a ver el televisor en su siempre presente mecedora. Suficientemente nerviosa estaba yo para que, además, estuviera oyendo la "tele" y sabiendo que mi abuela estaba levantada; empezaba a dar vueltas y más vueltas (con los ojos cerrados, repito), hasta que presa de mi ansiedad le gritaba desde la habitación que se acostara, que era muy tarde y que si venían los reyes y la encontraban levantada no le iban a dejar nada. Ella, que otra cosa no tendría pero sensibilidad infantil tampoco, me soltaba un "¡Mejor! ¡Duérmete ya!" que a mí me dejaba el corazón tan apretadito como mis ojos, sufriendo por la llegada inminente de sus majestades y sus posibles consecuencias. Al final, como era de esperar, me acababa durmiendo.
A la mañana siguiente, el sofá de mi casa amanecía (literalmente lo de amanecía) repleto de juguetes, en su mayoría muñecas. El olor dulce de la piel de un muñeco todavía me estremece porque me transporta directamente a la mañana del 6 de enero de cualquier año de la década de los setenta. Desde Barriguitas, Nenuco, Baby Mocosete, Nancy (sobre todo), Lesly, Lucas, y otras muchas que desfilaron por mi sofá, todas llevaban impregnado ese aroma inconfundible y mágico. Recuerdo especialmente también muchos cuentos (gracias, mamá), una bicicleta de color verde marca "Orbea", cocinitas, cacharritos y un puzle con la imagen de mi idolatrada Nancy justo delante del árbol de Can Jorba de Portal del Ángel que contaba el otro día; yo miraba aquella foto y me maravillaba que mi muñeca preferida hubiera estado en el mismo sitio que yo, aunque me entristecía un poco no habérmela encontrado.
Aquel día desayunábamos todos juntos en la cocina cuando era casi todavía de noche, en la mesa plegable de color azul y con las legañas todavía sin quitar, porque era una mañana llena de magia y de ilusión, y mi padre compraba croissants para todos que mojábamos en el café con leche. A media mañana, el Sr Inocente me traía una sardina de chocolate y yo le daba las gracias tímidamente detrás de una cocinita recién estrenada, le quitaba el envoltorio con cuidado y dejaba que los trocitos de chocolate se fundieran lentamente en mi boca mientras degustaba el sabor del día de Reyes con avidez.
Fui una privilegiada como hija y lo soy como madre, porque puedo transmitir esa emoción a mis hijos de la misma manera que me la transmitieron a mí mis padres. Quizá el sofá mañana no esté repleto de juguetes como lo estuvo el mío pero nos tendremos los unos a los otros y seguiremos adelante a pesar de los malos momentos. ¡Feliz día de Reyes!
Fuente de imagen 2: http://www.todocoleccion.net/
Fuente de la imagen 3: http://www.foodstufffinds.co.uk
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