sábado, 5 de enero de 2013

NOCHE DE REYES

Las noches de un día como hoy empezaban por la mañana. Mi madre me acompañaba al tendero de la esquina, el Sr Antonio, para que nos diera algo de la paja que servía para proteger las peras en las cajas y que sería el alimento de los camellos de Los Reyes Magos de Oriente. A sus majestades, una vez volvíamos de la cabalgata y cenábamos, les preparábamos unos trocitos de turrón y algún que otro chupito de licor. Eran noches laaaargas y lentas que tardaban en pasar una eternidad. Como niña obediente que era, yo me metía en la cama todavía con el último bocado de la cena en la boca y cerraba los ojos justo en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada, en un intento de que el sueño me invadiera lo antes posible para que no se hiciera tan larga la espera. Además, conocía la leyenda de algunos niños que habían abierto los ojos justo en el momento en que entraban por la puerta los mágicos de Oriente y se habían quedado sin regalos. También conocí más adelante, en mi adolescencia, la madre de una de mis mejores amigas, Helena, que explicaba que un año había llegado a ver de refilón una capa de uno de los reyes, y a pesar de todo ese año tuvo regalos, pero yo no quería arriesgarme.

En cuanto me metía en la cama mis padres me anunciaban que se iban a dar una vuelta, imagino que para pasar los nervios, y yo me quedaba en casa con mi yaya Isabel, que se ponía a ver el televisor en su siempre presente mecedora. Suficientemente nerviosa estaba yo para que, además, estuviera oyendo la "tele" y sabiendo que mi abuela estaba levantada; empezaba a dar vueltas y más vueltas (con los ojos cerrados, repito), hasta que presa de mi ansiedad le gritaba desde la habitación que se acostara, que era muy tarde y que si venían los reyes y la encontraban levantada no le iban a dejar nada. Ella, que otra cosa no tendría pero sensibilidad infantil tampoco, me soltaba un "¡Mejor! ¡Duérmete ya!" que a mí me dejaba el corazón tan apretadito como mis ojos, sufriendo por la llegada inminente de sus majestades y sus posibles consecuencias. Al final, como era de esperar, me acababa durmiendo.

A la mañana siguiente, el sofá de mi casa amanecía (literalmente lo de amanecía) repleto de juguetes, en su mayoría muñecas. El olor dulce de la piel de un muñeco todavía me estremece porque me transporta directamente a la mañana del 6 de enero de cualquier año de la década de los setenta. Desde Barriguitas, Nenuco, Baby Mocosete, Nancy (sobre todo), Lesly, Lucas, y otras muchas que desfilaron por mi sofá, todas llevaban impregnado ese aroma inconfundible y mágico. Recuerdo especialmente también muchos cuentos (gracias, mamá), una bicicleta de color verde marca "Orbea", cocinitas, cacharritos y un puzle con la imagen de mi idolatrada Nancy justo delante del árbol de Can Jorba de Portal del Ángel que contaba el otro día; yo miraba aquella foto y me maravillaba que mi muñeca preferida hubiera estado en el mismo sitio que yo, aunque me entristecía un poco no habérmela encontrado.


Aquel día desayunábamos todos juntos en la cocina cuando era casi todavía de noche, en la mesa plegable de color azul y con las legañas todavía sin quitar, porque era una mañana llena de magia y de ilusión, y mi padre compraba croissants para todos que mojábamos en el café con leche. A media mañana, el Sr Inocente me traía una sardina de chocolate y yo le daba las gracias tímidamente detrás de una cocinita recién estrenada, le quitaba el envoltorio con cuidado y dejaba que los trocitos de chocolate se fundieran lentamente en mi boca mientras degustaba el sabor del día de Reyes con avidez.

Fui una privilegiada como hija y lo soy como madre, porque puedo transmitir esa emoción a mis hijos de la misma manera que me la transmitieron a mí mis padres. Quizá el sofá mañana no esté repleto de juguetes como lo estuvo el mío pero nos tendremos los unos a los otros y seguiremos adelante a pesar de los malos momentos. ¡Feliz día de Reyes!

Fuente de imagen 2: http://www.todocoleccion.net/
Fuente de la imagen 3: http://www.foodstufffinds.co.uk

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