

Al cabo de muchos años, cuando ya había superado de largo la adolescencia, un día de Navidad comenzó una película que nos dejó a mi hermano y a mí literalmente pegados al televisor. Emocionada, comencé a decir que aquel largometraje había marcado mi infancia de manera muy especial y mi hermano me miró asombrado reconociendo que a él le había pasado lo mismo y que había veces que no estaba seguro de si había sido realmente un recuerdo o un sueño y que le parecía curioso que, sin habernos dicho nunca nada, tuviéramos la misma experiencia con ella.
Como ya habéis podido deducir, se trataba de "Un mundo de fantasía" basado en el cuento de Roal Dahl "Charlie y la fábrica de chocolate", una historia por lo visto bastante famosa en Estados Unidos pero que en nuestro país tomó celebridad con la versión que hizo de la misma Tim Barton y que fue protagonizada por Johnny Deep. Realmente, nadie como el actor fetiche de este director para encarnar a un personaje sombrío, un poco lúgubre y despiadado, como casi todas las creaciones de este actor. Hoy día estamos acostumbrados a narraciones algo más monstruosas dedicadas al público infantil y juvenil ("Pesadilla antes de Navidad", "Eduardo Manostijeras" o la oscura versión de "Alicia en el País de las Maravillas") pero entonces era toda una novedad dar un producto tan agrio a los niños y niñas que consumíamos almíbar a cucharadas soperas con "Caponata", "La Mansión de los Plaff" y los "Pequeñecos".
El señor Willy Wonka llegó desde lo más profundo del imaginario infantil para dejarnos una cierta desazón en nuestros puros corazones pero también unas ganas de probar algo más de aquel bebedizo mágico que nos abría las puertas de par en par a la condición más humana y terrible. Por eso nos marcó tremendamente tanto a mi hermano como a mí, porque la oscuridad siempre atrae por peligrosa que parezca.
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