viernes, 2 de noviembre de 2012

LA NIÑA DEL CHICLE ETERNO

Un día dieron por la "tele" una película que me impactó mucho; era un cuento para  niños pero no a la forma tradicional de las típicas películas blancas y exentas de maldad a la que la programación de los años 70 nos tenía acostumbrados: contaba la historia de un millonario excéntrico dueño de una fábrica de chocolate que un día inventó un concurso para que unos niños privilegiados visitaran sus instalaciones. Colocó cinco envoltorios dorados en cinco chocolatinas de manera que quién las encontrara podría conocer a fondo todos los entresijos de su fábrica.

Lo primero que me llamó la atención fueron los estridentes colores de la película: el personaje llevaba una levita color morado con un sombrero y todo tenía un aire psicodélico muy poco habitual de los cuentos destinados a niños. El dueño de la fábrica tenía unos ayudantes enanos con peluca de plástico que también parecían salidos de una pesadilla. Los niños eran bastante odiosos (excepto el protagonista, que se llamaba Charlie) e iban desapareciendo del recorrido por culpa de sus propios defectos: recuerdo especialmente un niño que caía en una piscina de chocolate por glotonería y una niña que se convertía en una bola azul por comerse un chicle sin permiso. También se me quedó grabado que la niña había batido un record de masticar el mismo chicle guardándolo durante la noche y las comidas detrás de la oreja (¡repugnante!). Los niños y niñas recibían las terribles consecuencias de su mal comportamiento ante la más absoluta indiferencia del dueño de la fábrica que no se preocupaba lo más mínimo por el destino que pudieran correr sus invitados.



Al cabo de muchos años, cuando ya había superado de largo la adolescencia, un día de Navidad comenzó una película que nos dejó a mi hermano y a mí literalmente pegados al televisor. Emocionada, comencé a decir que aquel largometraje había marcado mi infancia de manera muy especial y mi hermano me miró asombrado reconociendo que a él le había pasado lo mismo y que había veces que no estaba seguro de si había sido realmente un recuerdo o un sueño y que le parecía curioso que, sin habernos dicho nunca nada, tuviéramos la misma experiencia con ella.

Como ya habéis podido deducir, se trataba de "Un mundo de fantasía" basado en el cuento de Roal Dahl "Charlie y la fábrica de chocolate", una historia por lo visto bastante famosa en Estados Unidos pero que en nuestro país tomó celebridad  con la versión que hizo de la misma Tim Barton y que fue protagonizada por Johnny Deep. Realmente, nadie como el actor fetiche de este director para encarnar a un personaje sombrío, un poco lúgubre y despiadado, como casi todas las creaciones de este actor. Hoy día estamos acostumbrados a narraciones algo más monstruosas dedicadas al público infantil y juvenil ("Pesadilla antes de Navidad", "Eduardo Manostijeras" o la oscura versión de "Alicia en el País de las Maravillas") pero entonces era toda una novedad dar un producto tan agrio a los niños y niñas que consumíamos almíbar a cucharadas soperas con "Caponata", "La Mansión de los Plaff" y los "Pequeñecos".

El señor Willy Wonka llegó desde lo más profundo del imaginario infantil para dejarnos una cierta desazón en nuestros puros corazones pero también unas ganas de probar algo más de aquel bebedizo mágico que nos abría las puertas de par en par a la condición más humana y terrible. Por eso nos marcó tremendamente tanto a mi hermano como a mí, porque la oscuridad siempre atrae por peligrosa que parezca.

Fuente imagen 1: http://tikiloungetalk.com
Fuente imagen 2:http://www.examiner.com
Fuente imagen 3: http://www.cineol.net

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