Estos buenos modales y el comportamiento ejemplar llevó en determinados cursos a que mis profesores pusieran a mi lado niños y niñas conflictivos para ver si los "convertía" y los guiaba por el "buen camino" o al menos conseguían que se aburrieran como ostras al "gozar" de tan sosísima compañía. Uno de los que más tiempo estuvo ocupando esa zona de conversión a las buenas costumbres fue Albert Roca: una perla en cuanto a comportamiento y en cuanto a resultados académicos que torció el gesto cuando se vio a mi lado el primer día y que no mejoró demasiado nuestra relación a lo largo de los meses que estuvimos obligatoriamente juntos.

En un abrir y cerrar de ojos me hice con la ficha del pobre desgraciado que no sé ni siquiera si me llegó a ver, pero no importó en absoluto: yo pegué sin vacilar su pieza en mi ficha y esperé a que viniera la profesora atraída por los gritos de indignación de Albert que aseguraba y porfiaba que yo le había sustraido vilmente la ficha y me la había pegado en mi Colasín. Cuando la señorita María llegó a nuestra mesa y le regalé la más cándida de mis sonrisas no tuvo ninguna duda: Albert volvía a las andadas y ya estaba bien de decir mentiras, a ver si empezábamos a responsabilizarnos un poco de nuestras cosas, que así no íbamos bien.
Cuando llegué a casa tenía tantos remordimientos que corrí a mi yaya Isabel y le pregunté si los niños también iban a la cárcel. La pedagogía no era el mejor atributo de aquella sencilla mujer que yo tanto adoraba y me contestó que sí, que cuando hacían algo malo venía la policía y los llevaban a la cárcel con otros niños y niñas que no se habían portado bien. Durante semanas (y no exagero) mi corazón se encogía cada vez que sonaba el timbre de la puerta. Nunca vinieron a buscarme, imagino que porque en aquel momento el vigilante de los niños que no hacen las cosas como se tienen que hacer estaría ocupado en otro tipo de menesteres... Sí me hubiera gustado sin embargo, que la vida me hubiera dado la oportunidad de confesarle mi culpa a mi compañero, así que, desde estas líneas Albert, tengo que decirte que siento que aquel día nadie te creyera aunque tuvieras razón. Buf, ya me siento algo mejor... ¿Parece que llaman a la puerta?
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