Esta brisa apacible que entra por la ventana anticipando el otoño me recuerda a las tardes de mi infancia, cuando todo era más fácil, más rutinario pero también más gris. El padre de mi amiga Laura trabajaba fabricando material de cuero en casa y mientras elaboraba las piezas que con la economía sumergida nos ayudaban a todos a salir a flote, nosotras jugueteábamos con las muñecas recortables, los cromos o cualquier otro juguete que estuviera de moda.
El olor de la cola que servía para pegar los cinturones inundaba toda la estancia y mientras mordisqueábamos la pieza de chocolate (reservada con glotonería para el final, después de habernos comido el pan), la Sra Elena Francis, desde su consultorio sentimental, daba sabios consejos a mujeres desesperadas que le contaban a una desconocida lo que no se atrevían a decirle a la cara a sus maridos, novios (o pretendientes, que es una categoría que ha quedado en desuso pero entonces era muy utilizada). Ni Nuria ni yo entendíamos la mitad de lo que aquella señora de voz engolada recomendaba a sus abnegadas seguidoras pero los miles de cartas que recibía hacían pensar que debía ser muy sabia y muy conocedora del género masculino.
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Con los años perdimos la inocencia y descubrimos que sí, que Elena Francis conocía a fondo la testosterona porque "ella" era "él", sin que nadie lo supiera. Cuando recuerdo aquellas tardes de cuadernos de caligrafía, de pan con chocolate y de cola para pegar cinturones no puedo dejar de imaginar qué debía pensar la familia de "Eleno Francis" cuando escuchaban sus cursiladas...
Fuente de la foto: http://www.comercialesmartinez.com
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