Estamos en plena fiesta mayor de Barcelona, coincidiendo con la Mare de Déu de la Mercè, pero conviene no olvidar que la antigua patrona de Barcelona era santa Eulàlia, y cuando por estas fechas llueve (que acostumbra a llover), la tradición de la ciudad es decir que son las lágrimas de Santa Eulàlia por haberle quitado el orgullo de ser la patrona de la ciudad.
La verdad es que la hagiografía de la pobre Eulalia es digna de ocupar cualquier programa de TeleCinco donde se hable de torturas, miserias y bajezas humanas, pero parece ser que ser recomendada directa de San Pedro Nolasco, San Ramón de Penyafort y Jaume el Conqueridor abre muchas puertas, incluidas las del patronato de las ciudades, y al final fue Mercedes quien se llevó el gato al agua.
La cuestión es que lo que ahora se ha convertido en una fiesta "progre" donde el Ayuntamiento aprovecha para traer las actuaciones más "in" del panorama artístico, en la época de mi infancia, los años 70, la fiesta mayor de la ciudad se limitaba a una cabalgata que transitaba por la Avenida María Cristina en Montjuic y que para mí era todo un acontecimiento, comparable incluso, a la cabalgata de Reyes en Navidad.
Recuerdo sobre todo que teníamos que desplazarnos a Montjuic muy pronto, sobre las 16h, para pasar allí unas horas angustiosas, que se hacen eternas a los niños y, de rebote, a los mayores, por la insistencia de los pequeños en preguntar cuánto falta. Al final, después de horas de espera, la señal de inicio la daba la peste a boñiga de caballo que desprendía la Guardia Urbana de Barcelona, ataviada con su uniforme de gala y sus cascos de penacho blanco, conjuntados con la casaca roja con acabados dorados. A los caballos, claro está, les daba lo mismo si era la Mercè o Santa Perpètua de la Moguda, e iban soltando lastre a su paso para asombro de los más pequeños y disgusto de los mayores. Todo quedaba impregnado rápidamente del aroma dulzón que desprende el excremento de las caballerías, pero era la señal de inicio de la fiesta que llevaba horas esperando. Después llegaban los gigantes, los cabezudos, las carrozas, las orquestas, trompetas y tambores,... todo junto en una magia de vestidos antiguos, de un ritmo alegre y pegadizo que nos contagiaba a todos en algo parecido a una locura colectiva que culminaba en la traca final, nunca mejor dicho, de los fuegos artificiales. En aquel momento mi padre me subía sobre sus hombros y yo veía tan cerca las chispas y las luces que me asustaba muchísimo y le pedía que me bajara para seguir disfrutando del espectáculo cogida de su manita, en un lugar seguro y tranquilo.
Después, poco a poco, los fuegos artificiales se iban espaciando hasta que todo volvía a quedar en silencio y me volvía para preguntar a mi padre cuánto faltaba para la cabalgata de Reyes.
Feliç festa major, barcelonins i barcelonines!