En casa de mis padres hay una bonita terraza, como ya he contado en otras entradas en este mismo blog, lo que provocó que yo aprendiera a convivir desde muy pequeña con alguna fauna no demasiado habitual en un piso de ciudad: recuerdo que nos frecuentaban unos gusanos negros y brillantes que cuando se pisaban crujían con un sonido espeluznante y que soltaban un líquido amarillo que olía repulsivo (he descubierto que se llaman milpiés negro y me parece igual de repugnante en fotografía que cuando los sufría en directo durante mi infancia). También había lagartijas, tijeretas y muchas hormigas. A estas últimas me encantaba mirarlas desplazándose en procesión cuando nos dejábamos algún resto de comida en el suelo y ellas se encargaban de hacerlo desaparecer en poco tiempo en su escondrijo. Mi abuela, que nunca tuvo un espíritu muy animalista, salía a menudo pertrechada con el "matabichos" y acababa en pocos minutos con toda la colonia.
Aquella masacre acababa siempre en un drama porque yo me compadecía de los pobres animales, de sus madres que quedaban solas en casa esperando a que llegaran sus hijas moribundas (siempre he tenido una capacidad tremenda para imaginar tragedias, podría haber sido guionista de culebrones sin duda) y mi abuela acababa siempre la discusión con su practicidad de campo "A ver si vamos a dejar que se nos coman las hormigas porque a ti te den pena". Evidentemente, tenía parte de razón pero a mí me seguían encogiendo el corazón aquellos cadáveres esparcidos por el suelo de la terraza.
Claro está, hablamos de unos bichos muy pequeños, propios de una casa situada en una ciudad como Barcelona, que viven completamente adaptados a las rendijas pequeñas de los alféizares, a armarios de cocina y otros espacios diminutos. Pero casi a las afueras de Barcelona, en el extremo donde la ciudad se diluye por la Diagonal, hay un parque rosaleda llamado Jardines de Cervantes (casi enfrente del desaparecido Canódromo Diagonal). Algunos domingos era destino de nuestros paseos matutinos y mis padres me llevaban a ver flores y oxigenarnos un poco. De ida, casi siempre nos desplazábamos en metro hasta la Zona Universitaria y de vuelta, dado con que no había mucho camino hasta casa, volvíamos caminando. Precisamente en uno de estos retornos a pie me di cuenta que las hormigas de la terraza de mi casa no eran nada comparadas con los especímenes más campestres de aquella zona de la ciudad. Cuando pude comprobar que la cabeza de una de aquellas hormigas era más o menos de la misma medida que mi uña por poco me desmayo. Empecé a imaginar cientos de ellas subiendo por mis piernas hasta llegar a mi cara, mis brazos,... entrando por mi ropa y mis zapatos y empecé a sentir un pánico irrefrenable. No quería seguir compartiendo espacio con semejantes monstruos, quería volver al asfalto, a la comodidad del metro, del autobús, donde ningún bicho desagradable podía atentar contra mi integridad física. Pero mis padres eran (y son todavía) personas de costumbres y si siempre volvíamos andando a casa aquel día no iba a ser diferente por la manía de la niña. Así que me pasé todo el camino hasta llegar a casa yendo de puntillas para evitar que las hormigas subieran por mis piernas (si hubiera visto ya entonces "Cuando ruge la marabunta" hubiera sabido que aquello no servía de nada, pero por suerte no era así) mientras mis padres me querían obligar a que apoyara los pies por completo en el suelo. Fue un viaje memorable y al día siguiente aún más porque la sobrecarga muscular del camino hecho de puntillas me hizo padecer unas agujetas de campeonato.
Al llegar a casa volví a mirar de nuevo a mis amigas las hormigas urbanitas dejaron de parecerme tiernas y adorables. No me dio por realizar ningún holocausto pero nunca más derramé una sola lágrima cuando mi abuela salía a la terraza con el antihormigas en la mano. Hay experiencias que a una le marcan para siempre, y entre las mariposas de los gusanos de seda, las hormigas y gusanos creo que quedé más que servida para no volver a querer tener contacto con algunos especímenes que nos rodean. Cada uno en su casa, y Raid en la de todos.
Fuente de imagen 1: http://barcelonatour.es
Fuente de imagen 2: http://diariodeunhormiguero.blogspot.com.es
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