Se estrenó en Barcelona y fue una locura: uno de los cines donde la proyectaban, en la Vía Layetana, tenía colas de horas para poder entrar a verla. Antes de poder ir al cine llegaron los cromos, las pegatinas, los avances televisivos... que nos fueron invadiendo poco a poco todos los espacios de nuestra vida. No en vano "Star Wars" es la primera película de la historia del cine que apostó fuerte por el merchandising de los productos hasta que todos los hogares de aquella época quedamos inundados de galaxias lejanas.
Cada lunes, después del fin de semana, algún compañero o compañera volvía a clase alardeando de haber visto ya la película, y gracias a los cromos y algún que otro libro que me compraron en el mercado de Sant Antoni, en el patio recreábamos las escenas jugando a ser la princesa Leia, Han Solo o Luck Skywalker. A mí siempre me gustó Luck, con ese aspecto frágil y desvalido, aunque Han Solo era un chulito entrañable que después se acabó quedando con nosotros con otros muchos papeles. Pero el huérfano aspirante a Jedi tenía un aire de melancolía y desamparo que todavía aún me conmueve. Mis amigas Laura e Irma nos turnábamos para ser uno u otro personaje. Nos imaginábamos que el pivote que guardaba las canalizaciones eléctricas en el parque eran nuestra nave espacial (el Halcón Milenario, claro) y rogábamos a nuestras madres que nos hicieran las trenzas enrolladas en casa para resultar más convincentes en nuestra actuación.
No puedo describir mi emoción mientras duró la película. Me quedé tan atrapada al asiento, asistiendo a las guerras, a los amores y desamores, a la trama de la historia, al malo malísimo de Darth Vader jadeando en la voz de Constantino Romero tras aquel elegante atuendo, que cuando salí a la calle me sentía como si no hubiera salido del cine y me hubiera quedado dentro de la historia como la protagonista de "La Rosa Púrpura de El Cairo". A mi padre le había encantado, y mi madre tenía tal dolor de cabeza que, a partir de entonces, todas las demás películas de la saga sólo fuimos a verlas mi padre y yo. Mi padre siempre había sido moderno e innovador, le gustaban este tipo de historias con ingredientes de galaxias lejanas. Mi madre era más de cine clásico, de programa de mano y película en blanco y negro ¿Qué se le va a hacer?
Aquel lunes yo fui la protagonista: en seguida se creó un corro que me preguntó por los detalles mientras yo los compartía orgullosa con los privilegiados que ya la habíamos visto y con algo de superioridad -por qué no decirlo- frente a quienes todavía no habían tenido tanta suerte.
Con la llegada de las nuevas entregas se fueron añadiendo primero mi hermano y mucho después mis hijos que, aunque todavía no tienen edad de verla en cine, ya han visto la versión remasterizada en DVD y se han disfrazado de caballero Jedi en más de una ocasión. Seguramente sea un topicazo decirlo, pero estoy convencida de que el cine de hoy en día no sería como es si no hubiera existido un tipo medio loco llamado George Lucas que un día decidió embarcarse en uno de los proyectos más complicados y más maravillosos de la historia del cine. Parece que está en marcha la nueva entrega, con J.J. Abrams a la cabeza. Nada volverá a ser igual que aquel precioso sábado de 1978 pero es que el listón está tremendamente alto...
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