lunes, 31 de diciembre de 2012

FESTIVAL DE CLÁSICOS FAMILIARES DE RANKIN BASS

Seguro que si alguien lee esta entrada y tiene alrededor de los 40 años recordará sin problema una musiquilla pegadiza que acompañaba las imágenes de unos personajes de dibujos animados encima de un arco iris infinito: los días no festivos de vacaciones de Navidad, a media tarde, era muy habitual encontrar un episodio de esta saga norteamericana que contaba cuentos clásicos, ideada por Arthur Rankin y Jules Bass. En realidad no eran muy clásicos para nosotros, los niños españolitos, sino clásicos de los Estados Unidos y a menudo no conocíamos, ni de lejos, el tan cacareado "clásico".

Me acuerdo, por poner un ejemplo, del episodio que narraba la historia de "Johnny Appleseed", un señor que se pasó la vida plantando manzanas, que aquí no conocía nadie entonces ni ahora tampoco por mucha globalización que tengamos. A Daniel Boone quizá, porque tenía serie propia y el gorro con cola de zorro era muy llamativo, pero ¡¿Al señor que llenó Estados Unidos de manzanas?! También estaba "Alicia en el país de las maravillas", "Cenicienta", pero yo creo que recuerdo más los que, por el poco conocimiento que tenía de ellos, marcaban una diferencia frente a los clásicos más habituales en nuestro contexto cultural europeo. Me parece recordar también una calabaza algo maléfica que ha llegado a protagonizar alguno de mis peores sueños infantiles. Recordándolo pienso que si los norteamericanos llegan a conocer al Cid Campeador le dedican una serie entera...

En fin, os dejo con la entradilla porque me parece casi tan conmovedora como la del "Mágico mundo de color". ¡Feliz 2013!



sábado, 29 de diciembre de 2012

BUSCANDO TESOROS

Cuando somos pequeños hay algunos espacios de la casa que nos son más o menos vetados, a los que sólo podemos acceder de manera restringida y que por este motivo cobran un especial encanto, de manera que cuando conseguimos colarnos en ellos por algún descuido nos parece estar entrando en un lugar mágico. En mi casa, esa habitación era la de mis padres.

Siempre con las persianas bajadas para evitar que la luz del sol estropeara los muebles, con ese olor a perfume tan particular de mi madre, y con un montón de cajones y escondites donde podía encontrar cualquier tipo de tesoro, el dormitorio  de mis padres era una especie de lugar de culto donde podía pasar horas y horas transportada a una dimensión más allá de la realidad cotidiana de mi casa.

Uno de mis muebles favoritos era el puff: de color crema, forrado en skay, era un asiento con una tapa que servía de escondrijo para mil y un cachivaches: monederos antiguos de mi madre con alguna moneda y entradas viejas de cine; algunos zapatos viejos de tacón, algún camisón en desuso... Allí iban a parar un sinfín de elementos inservibles en una especie de parada previa a la basura, como si pasaran por el limbo de los objetos antes de desaparecer definitivamente de nuestras vidas. Si obtenía el permiso necesario para volcar literalmente el contenido del puff en el suelo podía pasar horas disfrazándome con la ropa, revolviendo en los monederos y jugando a ser mi madre.

Junto al puff, ocupaba un puesto destacable el tocador, un mueble que hoy ha caído en desuso pero que en mi infancia era el mueble femenino por excelencia: en los cajones había ropa interior, camisones divinos, medias... todo salpicado por algún jabón de muestra para que hiciera buen olor. Y en la superficie había dos objetos sorprendentes: el conjunto de tocador y el joyero con música. El conjunto de tocador estaba formado normalmente por dos objetos inclasificables, uno semejante a una botella de vidrio tallado con el tapón de este material y el otro similar a un tarro, haciendo de juego con el otro, y con la tapa de metal. En el más bajito mi madre podía guardar desde el gancho de la cortina que se había soltado, hasta el botón de una bata o el cierre roto de un pendiente. Sin embargo, el otro me fascinaba: ¿Qué podía poner dentro? ¿Perfume? ¿Coñac (francamente, se parecía a las botellas que aparecían en la serie "Dallas" para guardar los licores)? Yo no hacía más que abrir y cerrar la botellita para ver si conseguía darle una utilidad pero, como habréis adivinado, lo que conseguí fue romper primero el tapón y después el frasco. Lo siento, ya advertí en otra de mis entradas que los objetos frágiles deberían alejarse de mi presencia.



Y el joyero con música me parecía maravilloso: era una caja rectangular con tapa de imitación al nácar y en el centro tenía engarzado una especie de camafeo horroroso donde podía verse una escena campestre de lo más bucólica. Al abrirse la tapa, todavía recuerdo la melodía de un twist llamado "A Saint- Tropez" que, cuando la cuerda se iba acabando, languidecía hasta convertirse en una cancioncilla tristísima que siempre me hacía llorar. En su interior, los pendientes en forma de racimo de perlas grises, la pulsera nomeolvides de oro con medallitas correspondientes a cada uno de los signos del zodiaco de los miembros de la familia que me encantaba oir tintinear en sus brazo, y un anillo con un pedrusco amarillo precioso que, cuando me lo probaba, me hacía sentir la princesa más feliz de todos los cuentos.

En alguno de los cajones siempre encontraba su persistente e inconfundible perfume "Maja", que durante tantos años la acompañó (de hecho, hasta que Myrurgia dejó de fabricarla en su fórmula inicial, imagino que movidos por el cambio de gustos de las usuarias; la "Nueva Maja" siempre fue demasiado sutil para ella). Una mujer que allí donde iba dejaba huella por su presencia no podía permitirse pasar desapercibida por su aroma. Ahora ni siquiera piensa en perfumarse pero creo que ya no necesita tanto ser recordada más que por los que realmente le importamos. Imagino que son cosas que dan la sabiduría de los años vividos.

De todos estos objetos ya no queda ninguno: unos se fueron deteriorando por el uso, otros fueron perdiendo utilidad o dejaron de estar de moda y fueron substituidos por otros más modernos... Incluso el puff dejó de ser la estación de enlace entre la vida y la muerte de los elegidos. ¡Paradógico, creo yo!

No puedo terminar esta entrada sin dejar la canción que la cajita de música repetía incansable hasta que se acababa la cuerda y se volvía una melodía penosa que me hacía llorar solidarizándome con todas las penas del mundo.


Fuente imagen 1: http://www.almonedavigo.com
Fuente imagen 2: http://malaga.anuncio.net
Fuente imagen 3: http://www.popscreen.com


domingo, 23 de diciembre de 2012

EL RECORRIDO NAVIDEÑO

El día de Navidad, en un intento fallido de facilitar la digestión de una banquete pantagruélico, mi familia en pleno se levantaba a regañadientes de la sobremesa de los barquillos (las "neules" como llamamos en Cataluña), los turrones, los cafés y los licores y se dirigía al centro de la ciudad para palpar de pleno el ambiente navideño.



Habitualmente cogíamos el metro y bajábamos en la parada de Catalunya; si nos habíamos portado bien a los niños nos compraban un juguete típico de estas fechas: una gallina de plástico dentro de un vaso (de plástico también) del que colgaba un cordelito; junto con esto, nos daban una pieza de un material negro que, cuando se rascaba con el cordelito, imitaba el cacareo de la gallina para desesperación de aquél que se cruzaba con nosotros.



Recuerdo el frío en la cara, las trencas de color azúl marino y verde, el olor del ozono, las luces del árbol de Can Jorba (que a mí me parecían tan maravillosas como las del Rockefeller Center), la gente paseando sin prisas por el Portal del Ángel y los escaparates de la calle Pelayo. No he conseguido averiguar qué grandes almacenes eran, me parece que los del Capitol, que montaban por estas fechas unos escaparates con una especie de dioramas, donde aparecían motivos navideños (creo recordar que con algún autómata) y que provocaban largas colas de espera entre los más pequeños. Me encantaba ir siguiendo la cola de curiosos a lo largo de todos los escaparates del establecimiento para ir descubriendo poco a poco los diferentes decorados que nos ofrecían los aparadores.

Creo que aquel día libraba pero el resto de días podías encontrar allí mismo al pobre paje real. Un paje real que te acogía en sus rodillas mientras los padres y madres te hacían sonreír para pasar a la posteridad en una foto que ahora siempre da un poco de vergüenza por el atuendo, por la situación y por el mismo paje que no sólo tenía que soportar las bajas temperaturas y a miles de niños malcriados, sino también el mal gusto de los que le daban las ropas para disfrazarse. Aún guardo por casa más de una de estas fotos, siempre con los mofletes rojos por el frío, siempre con esa expresión medio tímida y medio incrédula, porque a mí me parecían como de teatro aquellos personajes vestidos de aquella manera tan ridícula.

Ahora que tengo hijos y comparo sus fiestas con las mías siento un poco de tristeza, porque me parece que mis navidades estaban más cargadas de simbolismo familiar, de tradiciones, de situaciones entrañables que después, cuando pasan los años, recuerdas con cariño. Pero seguramente sea falso y en recubrimiento dulce y nostálgico se lo ponemos a posteriori, cuando ya empiezan a faltarnos algunas personas decisivas en nuestra vida y entonces cualquier tiempo pasado fue mejor, pero no porque lo fuera, sino porque nosotros creemos recordarlo así.

Fuente de imagen 1: http://www.barcelonarutas.com
Fuente de imagen 2: http://www.todocoleccion.net

sábado, 15 de diciembre de 2012

MÁGICO MUNDO DE COLOR....

No sé por qué pero este vídeo también me lleva a la Navidad de mi infancia, aunque tengo claro que los programas Disney los daban todo el año. Quizá aumentaban la frecuencia o yo ponía especial atención en ellos, pero lo cierto es que escuchando la versión latinoamericana de la introducción de este programa me siento de pronto transportada al sofá de mi niñez, durante los días de vacaciones navideñas, no los de fiesta familiar, sino los días que quedaban entre fecha señalada y fecha señalada.


También recuerdo con especial cariño un episodio del oso Yogui en que intenta pasar las fiesta con sus amigos por primera vez puesto que, como buen oso, durante la época de frío en el parque nacional de Yelowstone, Yogui y Bubu hivernan. Esa navidad intentarán mantenerse despiertos y besarse bajo el muérdago con la coqueta Cindy.

Y para terminar con las pinceladas navideño-televisivas de mi infancia, no puedo obviar el discurso sobre qué significa la Navidad de Charlie Brown. Si alguna vez hubo un ápice de credibilidad en el espíritu navideño en este blog fue gracias al dueño de Snoopy y su amigo Linus, que en un arrebato de candidez le explicó cuál era el verdadero significado de estas fiestas a pesar de que, a menudo, el consumismo y las prisas nos obligan a olvidarlo. Lo siento, hace años que dejé de creer en Dios, pero sí deseo paz en los corazones de las personas de buena voluntad.



Fuente de la imagen: http://www.filmaffinity.com

miércoles, 12 de diciembre de 2012

"MUJERCITAS" PARA EMPEZAR LAS VACACIONES DE NAVIDAD

La Navidad es una época especialmente nostálgica. Tanto si somos creyentes como si no, es un momento del año que nos transporta a otras navidades, a vivencias previas de nuestra infancia en las que no teníamos muy claro qué significaba todo este derroche de felicidad impostada pero al cual nos rendíamos sin oponer demasiadas dificultades.

El momento estrella de las navidades de mi infancia, ese que recuerdo con una especial dulzura, es el del último día de clase. Es curioso porque hay muchos días marcados en rojo en el calendario pero yo guardo un vívido recuerdo del día que abandonábamos nuestra rutina de pupitres, plumieres y libretas por un par de semanas de diversión en casa que culminaban con el día de Reyes. El último día de clase podía ser el día 20, 21 o 22 en función del calendario de cada año pero había algo que se mantenía imperturbable y era la programación televisiva: no sé cuál es el motivo pero todas las tardes de ese día TVE (la única que teníamos en aquella época) programaba la película "Mujercitas" basada en la novela de Louisa May Alcott y protagonizada, en aquella versión, por una jovencísima Elizabeth Taylor en el papel de Amy.


En el colegio donde cursé la EGB era habitual que esa tarde no se hiciera clase. No hacer clase no era una circunstancia exclusiva de este día; de hecho, los viernes era habitual el dibujo y plastilina y no sacar ni un lápiz ni un libro... Lo que era diferente de ese día era que nos congregábamos todos en un salón para ver juntos en la televisión el principio de "Mujercitas".

Cuando llegábamos después de la comida, el televisor ya ocupaba un lugar destacadísimo en el aula, presidiendo majestuoso la reunión. Los alumnos pasábamos por su lado emocionadísimos como si nunca antes hubiéramos visto un aparato semejante. Imagino que el encanto del momento residía en compartir en un contexto no habitual un objeto que para todos nosotros era tan cotidiano. No exagero si digo que era casi mágico.

Cuando la directora encendía el televisor en el momento justo con un silencio solemne acompañándolo, nuestras caritas infantiles se iluminaban como cuando encienden las luces del árbol de Navidad de Rockefeller Center.  Aquel ritual navideño se repetía todos los años sin excepción, pero la película era larguísima y nunca llegábamos a ver más que las escenas del principio, cuando Jo llegaba a casa, se lamentaban juntas de que no tenían dinero para los regalos y poca cosa más... Cuando llegaba la hora de marchar salía a la calle apremiando a mi madre para poder seguir la trama sin perderme detalle, cosa que no albergaba demasiada dificultad porque el colegio estaba a escasos diez minutos.

Sin embargo, llegaba al sofá de casa y automáticamente se desvanecía la magia: la película era larga, la televisión volvía a ser un objeto en su cotidiano aburrimiento y yo enseguida perdía el interés y me dedicaba a jugar con mis muñecas hasta que mi abuela me preguntaba con aquella expresión tan familiar "Así, la tele ¿Para quién está puesta?".... y en mi casa quedaba oficialmente inaugurada la Navidad.

Fuente de la imagen: http://www.canaltcm.com