Igual que con los yo-yo, las peonzas, los aros hula-hoop y demás cachivaches, el cubo Rubik tenía una versión "casposa", la no oficial, en la que costaba muchísimo mover las piezas. En cambio la original, la que me trajeron los reyes aquel año, venía en una caja de plástico transparente, con todas las etiquetas que garantizaban su autenticidad, y sus piezas se deslizaban como en un engranaje perfecto, con un sonido que todavía hoy, si me concentro un poco, puedo volver a sentir entre mis manos.
Al minuto de tenerlo conmigo ya estaban las caras desmontadas, y pasó por toda la familia en un vano intento de solucionarlo: tanto mi padre como mis tíos y abuelos, mis primos me arrebataban el cubo de las manos con un "quita, quita, que tú no sabes" y me lo iban devolviendo uno por uno con el mismo resultado que yo había obtenido. El más espabilado -mi padre- consiguió hacer una cara y algo más de otra pero no se acercó ni por asomo a la solución final.
Por la tarde del día de Reyes fuimos a pasear un poco. Como era natural, yo me llevé el cubo conmigo mientras intentaba con poca destreza combinar los cuadrados correctamente. En un momento del paseo nos cruzamos con un chico que debía de tener mi edad y que me pregunto si quería que me lo resolviera. Le alargué el cubo y ante nuestro asombro no tardó ni dos minutos en devolvérmelo con todas las caras perfectamente alineadas. Le miré con admiración y le di las gracias casi sin voz, mientras mi padre se tragaba la humillación de verse superado por un mocoso de pocos años.

Añós después, cuando mi hermano debía tener cinco o seis años, reapareció de entre los juguetes olvidados; lo traía entre las manos con una cara completada, y cuando me lo alargó para que viera cómo había conseguido montar un recuadro entero mi padre y yo no dábamos crédito a tremenda hazaña. Con lo que nos había costado a nosotros, y ahora un renacuajo tan pequeño estaba consiguiendo, sin ninguna ayuda exterior, encontrar la solución a un problema tan complejo. Cuando volvió con la segunda cara completada al cabo de un rato empecé a sospechar. Le felicitamos pero le seguí a escondidas hasta la habitación. Y allí estaba el "genio" de la familia, despegando las etiquetas de colores de cada recuadro para solucionar por la vía rápida lo que no habíamos conseguido solucionar el resto de la familia con honestidad. Tengo que decir que mi hermano siempre ha sido un "crack". Cuando tenía cuatro años mi madre encontró un burruñito en unos tejanos: era un comodín que se había "afanado" durante una partida de cartas y después dejó olvidados en el pantalón, ella no revisó los bolsillos y lo metió todo en la lavadora. Lo que digo, un "crack".
Hoy el cubo Rubik cumple 40 años. Ha sido maravilloso recordar el "crec-crec" de las piezas y todos los buenos ratos que pasamos con él entre las manos. Felicidades a Rubik porque consiguió que millones de niños y niñas pasáramos momentos divertidos con las matemáticas. Y no todo el mundo puede decirlo.
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