A pesar de que era habitual en la programación de TVE, el Pájaro Loco nunca fue uno de mis preferidos, así que no sé ni cómo ni por qué, un día apareció un tebeo con sus historietas en mi casa. Como él no me acababa de convencer pero los tebeos, cómics y cualquier tipo de lectura sí me entusiasmaba, me encantó aquel número que contenía una historia del personaje de Walter Lanz en la nieve. En poco tiempo las hojas del pobre ejemplar se quedaron algo maltrechas de tanto leerlas y releerlas, manosearlas y darles vueltas y más vueltas en busca de algún detalle que se me hubiera podido escapar.
Recuerdo además este tebeo porque fue protagonista de una tarde muy especial: era un día plomizo, cargado de lluvia que no se atrevía a caer, muy triste de aspecto. Yo había acabado de comer en mi casa y estaba esperando a que mi abuela me llevara de vuelta al colegio para asistir a las clases de la tarde. No sé qué pasó pero nuestro reloj habitual, el telediario de la primera cadena, empezó más tarde. Mi abuela, que se guiaba siempre por la programación televisiva, no se dio cuenta de que eran más de las tres cuando sonó la inconfundible sintonía del "parte". De pronto, me hizo levantar echando chispas, azuzándome para que no se nos hiciera más tarde todavía, y ver si estábamos a tiempo de llegar a la escuela.
Salimos a la calle bajo aquel cielo gris, encapotado como pocas veces recuerdo, y llegamos en un tiempo récord a la puerta del colegio que, evidentemente, nos encontramos cerrada. A mí me encantaba ir a clase pero aquel día no me importó tener que volver a casa con mi abuela, que estaba la pobre casi tan contrariada como el cielo, porque además era una tarde en casa de sofá, de tebeo del Párajo Loco, de vaso de Cola Cao y pan con chocolate, y todo eso sin estar enferma, sin ninguna molestia como la fiebre, los granitos de la varicela, o el dolor de garganta. Era una tarde de tranquilidad haciendo algo que me encantaba en una situación que no era nada habitual.
Cuando llegó mi madre del taller, mi abuela le contó azoradísima que se le había pasado la hora de llevarme al colegio por culpa de la programación televisiva; sin habernos dicho nada, ambas temíamos en secreto que a mi madre se le ocurriera alguna alternativa para devolverme al colegio, así que respiramos con alivio cuando, contra todo pronóstico, nos miró medio divertida y dijo que no pasaba nada, que un día era un día y que seguro que no era la única que aquel día se había despistado.
Me subí en el sofá, cogí entre mis manos mi tesoro del Pájaro Loco y esperé con paciencia a que se hiciera la hora de la programación infantil, con mi querido "Un globo, dos globos, tres globos". Fue una de las tardes más deliciosas de mi infancia.
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