domingo, 18 de noviembre de 2012

¡ADIOS MILIKI!

Acabo de saber que ha muerto Miliki, el último payaso que quedaba de la formación inicial de "Los payasos de la Tele", aquella delicia que todos los niños de los años 70 recordamos con ternura. Cuando se nos pregunta "¿Cómo están ustedes?" todos contestamos como movidos por un resorte con un rotundo "Bieeeeennn" que nos une en un pasado colectivo que compartimos sin excepción.

Hace ya muchos años que murieron primero Fofó y después Gaby. Aquellos payasos entrañables nos trajeron el circo a casa y no sé si eso fue bueno o malo. Aquellos focos, aquellas cortinas, aquellos decorados, nos dieron una imagen algo equívoca de lo que realmente es el circo en directo. La primera y única vez que mis padres me llevaron a verlo en vivo tuve una de las mayores decepciones de mi vida: el olor de los animales, la tristeza de los mismos actuando, el deterioro de los decorados y una cierta decrepitud en los números me llevó a no querer ir nunca más a ver circo, ni siquiera ahora que el "Cirque du soleil" ha hecho renacer el género reinventándolo desde sus orígenes.

Y es que los "Los payasos de la tele" tenían una cercanía con el público que no puede conseguir un espectáculo de circo en directo. Cuando Gaby, Fofó y Miliki hacían una pregunta al público recuerdo desgañitarme gritando la respuesta porque estaba convencida que me preguntaban a mí. Sus "gags" eran cercanos y con una complicidad con los niños y niñas que nos hacía sufrir lo indecible para que Gaby (el payaso listo) no les pillara en sus fechorías y nos hacía reir muchísimo cuando se equivocaban con las palabras (¿Quién no ha dicho alguna vez "Se me luenga la traba"?) o caían estrepitosamente con sus zapatones y sus camisetas infinitamente largas.

Como niña que fuí de aquella década inolvidable de los 70 quiero agradecer a Miliki las tardes de sábado maravillosas que nos regaló con su generosidad y candidez.

Fuente de la imagen: http://www.todocoleccion.net

domingo, 11 de noviembre de 2012

PANDORA Y LA CAJA DE LOS VIENTOS

Debo confesar que soy una lectora compulsiva. Lo he sido desde que empecé a comprender que las letras, cuando se unen entre ellas, crean maravillosas composiciones de palabras. Una niña tímida como yo encontraba el mejor refugio en un libro que me transportaba a situaciones irreales en las que no hacía falta ser ni simpática, ni divertida, ni popular. Bastaba con ser una misma. Mi madre también había sido lectora pertinaz durante su infancia (siempre recuerda que la única vez que ha robado en toda su vida ha sido un libro del bibliobús) lo que me facilitó la entrada al mundo de la lectura de los mayores, con recomendaciones excelentes que nunca podré agradecerle lo suficiente.

Cuando pienso en qué me convirtió a la única religión que todavía profeso (la de absoluta adoración a los libros y las personas que los hacen posibles) entiendo que, por un lado, hubo una facilidad innata por leer y comprender lo que leía, pero por otra hubo un personaje (y un libro de lectura) que fue clave en todo este proceso:  hablo de Senda y Pandora.

En 3º de EGB (que antiguo suena esto ahora, y que mayor me siento cuando lo digo) cayó en mis manos (y en las de toda una generación, por lo que he podido comprobar después) el libro de lectura de la Editorial Santillana, aprobado por el Ministerio de Educación en la Orden Ministerial de 19 de mayo de 1976. Doy este dato porque cuando he tenido la suerte de repasarlo de mayor he vuelto a caer rendida a sus pies, y me sigue pareciendo maravilloso que un tesoro como este fuera posible editarse aunque fuera a finales de la dictadura de Franco. Se cuenta la historia de Pandora, una mujer solitaria (¡novedad!) muy culta, que vive en ninguna parte y que tiene los vientos encerrados en una caja. Inspirada en el mito griego de Pandora pero suavizada en cuanto a sus funciones, se trata de una mujer que, de mayor, me recuerda un poco a Julia, la pintora de "Verano Azul", independiente, culta y con facilidad para relacionarse con los niños y entrar en su maravilloso mundo.

Uno de los mayores encantos del libro es que cuenta con siete niños, de diferentes edades y con personalidades muy distintas, lo que permite que cada lector se sienta identificado con uno u otro y se quede totalmente abducido por las historias que se van enlazando a través del relato.


Otro de sus encantos es que abre puertas a otras historias, sin acabar de contarlas, que provocan la curiosidad del lector para que vaya en búsqueda de esas otras maravillas que quedan medio apuntadas en el relato: el Museo del Prado, la Dama de Elche, Tom Sayer, los comics, el Caballo de Troya,... son algunos de los innumerables temas que se apuntan en el texto para que después cada uno de nosotros busque la continuación de la historia fuera del universo que se nos plantea en el colegio. Y en mi caso, debo reconocer que fui una alumna aplicada y cumplí a rajatabla con los objetivos del equipo pedagógico que ideó el texto: me emocioné la primera vez que visité el Museo del Prado, adoro la mitología griega y toda su influencia en nuestra cultura, y considero que gran parte de mi afición por las letras debo agradecérsela a Pandora y sus vientos.

Para acabar de rematar la delicia, comentar que el texto está repleto de pedazos de obras de otros escritores como Lorca, Gloria Fuertes, Alberti, Juan Ramón Jiménez o Camilo José Cela ¿Cómo no voy a adorar el libro? ¡Si merece un monumento!

Estoy intentando que mi hijo mayor se inicie en la lectura con el libro de Pandora. Tengo la suerte de conservarlo y de vez en cuando me emociono cuando lo abro por alguna de las páginas al azar y me siento automáticamente transportada a mis siete años en el aula de tercero. Y vuelvo a llorar como lo hice aquel año cuando Pandora se despidió de todos nosotros aquel día. Aunque nunca se fue del todo...

Fuente imagen 1: http://alfanje.wordpress.com
Fuente imagen 2: http://www.kalipedia.com
Fuente imagen 3: http://somosdelcolegiotrinidad.blogspot.com

viernes, 2 de noviembre de 2012

LA NIÑA DEL CHICLE ETERNO

Un día dieron por la "tele" una película que me impactó mucho; era un cuento para  niños pero no a la forma tradicional de las típicas películas blancas y exentas de maldad a la que la programación de los años 70 nos tenía acostumbrados: contaba la historia de un millonario excéntrico dueño de una fábrica de chocolate que un día inventó un concurso para que unos niños privilegiados visitaran sus instalaciones. Colocó cinco envoltorios dorados en cinco chocolatinas de manera que quién las encontrara podría conocer a fondo todos los entresijos de su fábrica.

Lo primero que me llamó la atención fueron los estridentes colores de la película: el personaje llevaba una levita color morado con un sombrero y todo tenía un aire psicodélico muy poco habitual de los cuentos destinados a niños. El dueño de la fábrica tenía unos ayudantes enanos con peluca de plástico que también parecían salidos de una pesadilla. Los niños eran bastante odiosos (excepto el protagonista, que se llamaba Charlie) e iban desapareciendo del recorrido por culpa de sus propios defectos: recuerdo especialmente un niño que caía en una piscina de chocolate por glotonería y una niña que se convertía en una bola azul por comerse un chicle sin permiso. También se me quedó grabado que la niña había batido un record de masticar el mismo chicle guardándolo durante la noche y las comidas detrás de la oreja (¡repugnante!). Los niños y niñas recibían las terribles consecuencias de su mal comportamiento ante la más absoluta indiferencia del dueño de la fábrica que no se preocupaba lo más mínimo por el destino que pudieran correr sus invitados.



Al cabo de muchos años, cuando ya había superado de largo la adolescencia, un día de Navidad comenzó una película que nos dejó a mi hermano y a mí literalmente pegados al televisor. Emocionada, comencé a decir que aquel largometraje había marcado mi infancia de manera muy especial y mi hermano me miró asombrado reconociendo que a él le había pasado lo mismo y que había veces que no estaba seguro de si había sido realmente un recuerdo o un sueño y que le parecía curioso que, sin habernos dicho nunca nada, tuviéramos la misma experiencia con ella.

Como ya habéis podido deducir, se trataba de "Un mundo de fantasía" basado en el cuento de Roal Dahl "Charlie y la fábrica de chocolate", una historia por lo visto bastante famosa en Estados Unidos pero que en nuestro país tomó celebridad  con la versión que hizo de la misma Tim Barton y que fue protagonizada por Johnny Deep. Realmente, nadie como el actor fetiche de este director para encarnar a un personaje sombrío, un poco lúgubre y despiadado, como casi todas las creaciones de este actor. Hoy día estamos acostumbrados a narraciones algo más monstruosas dedicadas al público infantil y juvenil ("Pesadilla antes de Navidad", "Eduardo Manostijeras" o la oscura versión de "Alicia en el País de las Maravillas") pero entonces era toda una novedad dar un producto tan agrio a los niños y niñas que consumíamos almíbar a cucharadas soperas con "Caponata", "La Mansión de los Plaff" y los "Pequeñecos".

El señor Willy Wonka llegó desde lo más profundo del imaginario infantil para dejarnos una cierta desazón en nuestros puros corazones pero también unas ganas de probar algo más de aquel bebedizo mágico que nos abría las puertas de par en par a la condición más humana y terrible. Por eso nos marcó tremendamente tanto a mi hermano como a mí, porque la oscuridad siempre atrae por peligrosa que parezca.

Fuente imagen 1: http://tikiloungetalk.com
Fuente imagen 2:http://www.examiner.com
Fuente imagen 3: http://www.cineol.net